domingo, 16 de diciembre de 2012

LA MUERTE DE BOLIVAR


El 17 de diciembre de 1830, en Santa Marta, después de penosa enfermedad, muere Simón Bolívar. El diagnóstico exacto de su deceso, se discute hoy, sin que aún se diga la última palabra. Se espera ahora que con la ayuda de los conocimientos de hoy y los novedosos procedimientos científicos actualmente en boga, se pueda llegar a una conclusión definitiva. 

“Ha muerto el sol de Colombia”, se dijo entonces. Había sido llamado el Libertador, después de haber combatido mucho en distintos escenarios: bélicos, humanos, geográficos, intelectuales, ideológicos y de cumplir la proeza de derrotar al más grande imperio de la época. 

Desaparecía con él una figura controversial, que había disfrutado la admiración de los pueblos que entusiasta y amorosamente se la ofrendaba; y al lado del seguimiento ciego y convencido de sus soldados, guiados por los más leales de sus seguidores, la traición e infidelidad de otros, que trabajaron ardorosamente por el derrumbe de su obra. Amor de muchos, aversión de otros tantos, para ensombrecer los años finales de quien lo había dado todo por el fin que perseguía: su historia en pos de la Grandeza y la Gloria, su gloria de Libertador. Y a pesar de las victorias, el ideal de América como una sola Patria se esfumó. Ruborizado dijo Bolívar: “La independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”.

Rodeado de hombres, pocos de ellos sus verdaderos amigos, disfrutando del favor de las mujeres, sin querer casarse con ninguna por propio juramento, su existencia fue en verdad la de un hombre solitario. Cuando se acercaba la hora del sepulcro, execrado por todos, proscrito, veía crecer a su derredor la soledad, y en esa convicción murió, después de recibir los auxilios religiosos del obispo Estévez y del cura de Mamatoco, Hermegildo Barranco, fallece a la 1 y cinco minutos de la tarde, rodeado de sus más fieles subalternos. Sólo hombres, sin la compañía femenina, quien había recibido el favor y el fervor de distintas mujeres: solteras y casadas. Al pie del lecho mortuorio estaban: Mariano Montilla, José María Carreño, José Laurencio Silva, Manuel Pérez de Recuero, José de la Cruz Paredes, Belford Wilson, Andrés Ibarra, Juan Glen, Lucas Meléndez, José María Molina y Fernando Bolívar, su sobrino. 

Sus restos, inhumados en la catedral de Santa Marta, permanecieron allí hasta 1842, en que, bajo el gobierno de Páez, fueron trasladados a la Catedral de Caracas. En 1873, Guzmán Blanco los depositó en el Panteón Nacional, desde donde sus cenizas proyectan sobre su pueblo el ideal de la grandeza. Y cumpliéndose cada día el célebre apotegma del cura de Pucará Dr. José Domingo Choquehuanca, el más elogioso homenaje, que es permanente como su gloria.”… Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”

Hoy podemos decir: Bolívar fue un hombre versátil, que se ajustaba a todas las circunstancias, y sabía sacar provecho de ellas. No se le considera un gran estratega, un gran militar; pero en medio de dificultades, desastres, limitaciones diversas, no fue hombre sujeto a reglas, prescripciones o preceptivas, porque por encima de todo eso fue un hombre excepcional. Genio y brillo, en sus actos, en su pensamiento y en su proyección. Simón Bolívar, el Libertador, para la historia y para el mundo. Tendía su mirada hacia el futuro, trabaja, además del presente, para la gloria, que era trabajar para los tiempos venideros. Hoy se le considera un símbolo: “El símbolo de la libertad”.

por: Gilberto J. López

domingo, 9 de diciembre de 2012

LA VISIÓN DE AYACUCHO EN UNA ÉPOCA DE CAMBIO

El 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de la Quinua, Antonio José de Sucre, comandante del Ejército Libertador Unido, derrota al último gran ejército español en América, comandado por el virrey La Serna. Se consolidaba así la independencia hispanoamericana. Y Sucre, General en Jefe en la plenitud de sus 29 años fue galardonado con el honroso título de Gran Mariscal de Ayacucho, y Bolívar en su honor escribió portentosamente su biografía. Exaltaba así la figura del primero de sus tenientes y definía la gran trascendencia de la victoria obtenida. 

Sabía Bolívar, que venía ahora la gran tarea de construir, de hacer después de trescientos años de coloniaje español, la América nueva, la América como una sola patria, “una nación de repúblicas”. Era la hora de la integración americana, y se dispuso a hacerla, convocando un Congreso Anfictiónico en Panamá, que era materializar un viejo sueño, y convertir al Istmo de Panamá en el centro del Universo. Ya lo había soñado en la Carta de Jamaica. 

Pero las fuerzas internas y externas, obedeciendo a nefastos intereses, coaligadas para que no se cumplieran los deseos de Bolívar, obstaculizaron su realización, y con malsanas intenciones convirtieron sus principios en letra muerta, y el Congreso Anfictiónico fracasó estrepitosamente, y minó las bases de la obra bolivariana. Fue el primer paso para el derrumbe, que el grande hombre pudo ver acongojado antes de morir y decir lleno de desilusión: “He arado en el mar”. Sin que se lograran los grandes objetivos que el genio grandioso de Bolívar preveía. 

Pero quedó vivo el ideal. Generación tras generación se ha venido sosteniendo la idea bolivariana de la integración latinoamericana. Y el sueño de la América como una sola patria pervive en los ideales de muchos. 

Hoy, en época de interesantes cambios para la América Latina, el ideal de la integración, venciendo casi los mismos viejos obstáculos de las fuerzas regresivas, camina con nuevos bríos por los senderos de América. Pampas y llanos, cordilleras, montes y planicies, ríos y riachuelos, el ulular del viento entre los árboles conducen incesantemente el ideal. Se desparrama el sueño, convertido en inevitable materialización. ALBA, CELAC, UNASUR, MERCOSUR, PETROSUR son los nuevos instrumentos, mensajeros de la paz y fuerzas motrices de los nuevos tiempos; son las nuevas herramientas, que en manos de las masas latinoamericanas construirán sólidamente la nueva realidad. Cada nueva victoria electoral en los distintos procesos populares conducidos y que ahora se conducen es paso inevitable hacia un mismo destino. Las masas latinoamericanas de hoy tienen que cumplir el viejo ideal bolivariano: integración y unidad para que cada batalla electoral bajo la sombra augusta de Ayacucho sea un paso decisivo para que los pueblos puedan materializar todos los sueños que Bolívar legara, y se impulsen las grandes transformaciones que la época de cambio del presente está exigiendo, como meta irrenunciable del destino americano: Como una sola América, como una sola Patria. Venezuela de hoy, en nuevos tiempos bolivarianos, no puede apartarse de ese sino.

por:   Gilberto J. López