jueves, 16 de diciembre de 2021

Cumaná: Un país que no prescribe

Si trescientos años bastaron para reclamar independencia y separarnos de ese cuerpo político, monárquico, y distante llamado España; doscientos parecen suficiente para reclamar e imputar a una hermana con la cual decidimos marchar al compás. Fuimos vecinos de Venezuela, hasta 1777 cuando el gobierno español decidió integrar la antigua provincia de Nueva Andalucía (también Cumaná), con la provincia de Venezuela (también Caracas) en un cuerpo político conocido como Capitanía General de Venezuela, cuya capital “equidistaba” geográficamente con los límites de las antiguas provincias que fueron integradas.
Venezuela como parte austral de Nueva Andalucía. Henricus Hondius Excudit, 1630. Biblioteca del autor.
Cumaná (Nueva Andalucía), país al oriente  de la antigua provincia de Venezuela. 

Esa unidad política, integraba superficialmente un territorio de profundas diferencias, no solo en lo meramente geográfico o histórico, ni por la expresión cultural de sus habitantes, ni siquiera en la cotidianidad de sus quehaceres, por sobre todas esas diferencias y otras, se erige nuestro perfil humano que nos hace contrapuestos. Tanto, que las sucesivas divisiones políticas post independentistas, no han logrado desdibujar el país que fuimos, y la nación que somos.

No muy profundo en nuestra conciencia, casi a flor de piel, tras de nuestra afable sonrisa y detrás de nuestros ojos achicatados por los rayos del sol, a pesar del aporte genético de otras naciones que nos trastocaron hasta el color de la piel, tras de ese hombre desparramado en gracias, de calurosos sentimientos y solidaria amistad, detrás de ese hombre silvestre; detrás de todo eso y más, la esencia arawaca y caribana impera.

Ese inédito espíritu guerrero y silvestre, fue coraza y espada, en todas las luchas de nuestra común historia. Fuimos solidarios y rebeldes manifiestos cuando el 19 de Abril de 1811 gritamos libertad, guerreros orientales ayudaron a liberar a Venezuela antes de expulsar de su nativa tierras al Ejército Español. Fueron copartícipes de la libertad de los pueblos del sur coronada en Ayacucho, tras una garua de sangre que irrigó muchos campos de batalla. Jamás irrumpimos con ejércitos u otras fuerzas organizadas, para allanar y sembrar de calamidades a otros pueblos. Cuando nuestros hombres y ejércitos dejaron nuestras fronteras, más allá del río Unare, siempre fue para socorrer, liberar y fortalecer las ciudades de la otrora Gran Colombia. A sus generales subordinamos nuestros ejércitos, y a sus políticos nuestro destino; y quizás también nuestras esperanzas. Cuando la barbarie de los amarillos y de los azules, a cántaro saturó con sangre los campos de oriente y de occidente, nunca se dijo con pánico en las calles de la capital de la República, ¡vienen los orientales! Todo lo contrario, fueron estas tierras y estos brazos orientales quienes cobijaron en las más difíciles circunstancias a los hermanos del centro y de occidente cada vez que lo solicitaron; la migración a oriente marcó esta región como lugar de amparo. La Tierra de Gracias de Colón, era real y más parecida al paraíso de lo que él supuso, lástima que ese afecto y benevolencia se haya interpretado erróneamente.

Venezuela nos ha dado la espalda y omite nuestra realidad. Orbitamos un poder central, que utiliza nuestros recursos naturales y humanos para el marcado desarrollo de un país y un entorno que péndula entre el centro y occidente. Nuestros pueblos se convierten en “cascarones” luego de la zafra producto de los caprichos de Caracas, lo que implica un desarrollo degenerado en mera subsistencia.

Podemos señalar como ejemplo, que algo más allá del río Unare, la vía nacional se ensancha hasta convertirse en una vía moderna que va hasta las fronteras más alejadas al occidente, vía que en casi todo el recorrido es “autopista”. Poco podemos decir del camino que nos lleva a Güiria, si lo emprendes desde Barcelona, desde Maturín, o desde donde lo emprendamos. Vivimos en un territorio, colmado de trochas en su mayoría trazadas en las montañas “a capricho de mula”, sobre senderos prehispánicos, ensanchados más por el uso que por la técnica.

Esta y otras realidades, como el grado de desarrollo de los pueblos y ciudades orientales no son casual, más bien parece la consecuencia de una política metódica y sistemática, que por más de un siglo ha regido nuestros destinos. Y que a lo lejos (pero no tanto) parece indicar que el imperio aún está presente, solo ha cambiado el lugar desde donde se dirige y gravitan nuestros acontecimientos. No es difícil concluir que esa abusiva e indolente situación, colmará la paciencia y revivirá más temprano que tarda nuestro inédito perfil arawaca y caribano.

Por: Rommel Contreras (rommeljose@gmail.com)


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lunes, 12 de abril de 2021

CIRCUNTANCIAS GUARIQUEÑAS/ La Cimarrona Nicolasa Armas


Hace algunos años escribí una crónica sobre Nicolasa Armas, una mujer negra de una estatura memorial dado su carácter y personalidad, un verdadero eslabón humano histórico entre los siglos XIX y el XX. El primer confidente fue su nieto Juan de Dios Machado, quien me indicó que la mamá de Nicolasa fue una mujer esclavizada que debió nacer a finales de la Guerra Federal. Nicolasa Armas vería a luz a finales de la década 80 o principios del 90 del 1800, por los lados de Guanape en el actual estado Anzoátegui, luego emigró hacia el oriente de Guárico en Guaribe, muy probablemente huyendo de las montoneras que se formaron a raíz de los enfrentamientos del banquero Manuel Matos contra Cipriano Castro. El Oriente entonces era escenario de guerra, en Píritu, Clarines, Guanape y en los alrededores se presentaban escaramuzas donde se enfrentaron tropas de Nicolás Rolando por la Libertadora y Manuel Itriago Armas “Veneno” jefe militar del Oriente y partidario de Castro.

Esa mujer alta de piel lisa “lavada” como suelen decir, alegre, bailadora y cantadora terminó trabajando en labores domésticas para un hacendado en las montañas de Guarebe (hoy Miranda) a 20 kilómetros al norte de Guaribe, había aprendido a jugar palos y lanzas,“armas” como se conocía ese arte de lucha. Era principios del Siglo XX y había que hacerlo todo en producción artesanal y con sus propias manos.

En una oportunidad cuando llevaba una carga de naranjas para el pueblo fue interceptada por un pariente del patrón en el camino solitario, quien la “procuró” violentamente, se le lanzó encima para poseerla, al mismo tiempo que Nicolasa le bandeó un garrotazo que el agresor recibió tras su arrebato , sin embargo el hombre ofendido por quien se suponía era una manumisa negra, volvió a atacarla, pero la negra tomó una lanza de camoruco curado en fogón que llevaba en el burro y ensartó al violador en el abdomen. Ahí quedó lanceado y moribundo mientras la negra arreó su burro de regreso a la hacienda a darle el parte a su patrón.

El Don la envió a refugiarse en una montaña en las cercanías de una de sus haciendas de sarrapia, lejana en un enclave intrincado por allá en el umbral del más nunca conocido como La Trinidad, allí fue a parar Nicolasa, escondida y resguardada en el silencio. Nadie supo quién mató a aquel hombre abusador. Al año salió de su escondite y volvió a integrarse a la vida regular haciendo lo que siempre le obligo la vida al trabajar para otro y luego para sí misma.

Aprendió a partear mujeres, viviendo la experiencia única del nacimiento cada vez como si fuera la primera, hasta que se hizo comadrona experta, rezandera y madrina de centenares de niños “parteados” que con gusto y respeto le pedían la bendición cuando plantaba su enorme corpulencia y su vestido luengo con mangas largas, en el portal de las casas amigas

Dicen que cuando decidió tener hijos, ya era una mujer treintona, según decía ella “el hombre que quiera estar conmigo tiene que alcanzarme parada” y al parecer así fue, Rosendo Machado su marido, fue un hombre más bien bajo de estatura, ella rememoraba que chiquito como era, la alcanzó y le montó cuatro muchachos: Pedro Francisco, Santa, Rafael y Cruz.

Irreverente, solía silbar y cantar alegremente siempre. Su bisnieta Yuraima Rojas, la segunda confidente, recuerda que hacia muñecas de trapo y siempre con sus rezos y su camándula (rosario), perennemente anduvo en alpargatas nunca usó otro tipo de zapatos.

Cuando iba a limpiar la tumba de su marido en el cementerio, para provocar a las chismosas del pueblo decía en voz alta: “*Aquí voy a echar un polvito con Machado, sabroso caraj…aquí voy, sepan que es Nicolasa la mujer de Machado…” *a todo pulmón y por el medio de la calle. Antes de ir al cementerio se bañaba en el patio, al aire libre. Recuerda su bisnieta Yuraima que se soltaba las clinejas que siempre usó y entre chistes decía que se lavó bien porque iba ir donde su viejo, Al llegar, saludaba la memoria de su marido, le hablaba y luego de limpiar el sepulcro, se acostaba largo rato sobre la lápida que guardaba los restos de su hombre, y conversaba con su difunto de la manera más natural.

Nicolasa era conversadora y una “cuenta cuento” o cachera popular espontanea, los cuentos misteriosos y de muerto eran sus preferidos. Solía decirle a sus bisnietos blanquitos “mis postales” en alusión a las tarjetas de correo con fotografías bonitas que ella admiraba porque le abrían una ventana a un mundo exterior: Caracas, Madrid y París o de donde vinieran aquellas imágenes admirables.

Las confidencias de su bisnieta son reveladoras del espíritu de lucha de aquella mujer. Ella misma construyó la casa de bahareque donde vivía, batió barro, pajilla y bosta de ganado para empañetar el rancho que le dio cobijo a su familia hasta sus últimos días.

Yuraima recuerda que siempre cargaba su machete en la mano, en la casa o en la calle, cuando salía del pueblo a otros caseríos, disfrutaba viajar en las barandas altas de los camiones ganaderos cantando alegre, ante la insistencia del chofer para llevarle delante como pasajera, ella prefería la aventura de montarse en las barandas y cantar a gañote suelto.

Recordaba su hija Cruz que cuando llegó un autocamión a Guaribe, probablemente a principios de los años 40, un automotor, suerte de bus colectivo con cabina para carga, le pidió al chofer que le diera una vuelta. Al llegar a la casa, su hija Cruz le dijo que las arepas se les estaban quemando, y le dijo “voltéalas” y siguió paseando y cantando en el autocamión, cuando regresó, Cruz molesta le volvió a decir y ella le respondió “deja que se quemen esas vainas, yo voy a dar otra vuelta” y siguió su paseo cantando y disfrutando la dinámica de moverse en un auto.

Para los velorios de Cruz de mayo, ella era la primera colaboradora, adornando la cruz y apoyaba con en la elaboración y el servicio del carato, enunciaba las oraciones devotas, se colocaba en el cabello flores que lucía graciosamente y hacia coqueterías femeninas para la gracia de sus nietos y bisnietas especialmente para su “postales”.

Yolandita Barrios de Michelena la recuerda “*sincera, sin pelos en la lengua para decir lo que tenía que decir, decía groserías “sanas” sin ofender, cuando parteaba, además del trabajo de acompañar clínicamente a la parturienta, era solícita, les sobaba la barriga a la mujer, la calmaba, les rezaba, igual que lo hacia cuando curaba las culebrillas”. *Sabía si la embarazada tenía un varón o un hembra en el seno del vientre, no se equivocaba, por eso cuando era hembra, ella le hacía a la parturienta una muñeca de trapo que le entregaba después de dar a luz. Un gesto que le cobró cariño y afecto entre tantas mujeres del pueblo.

De esas breves descripciones de Nicolasa Armas percibimos su carácter étnico y una personalidad particular muy parecido a la caracterización de hizo Páez de Pedro Camejo, en su autobiografía. Entiéndase que no hago comparación histórica entre uno y otro personaje pero a Nicolasa se le ve retratada en la personalidad de Negro Primero cuando Páez lo describió:

… pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de El Negro Primero. Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenían la alegría de sus compañeros, que siempre le buscaban para darle materia de conversación.

La memoria oral discreta dio cuenta del valor de esa mujer cimarrona llamada Nicolasa Armas, cuando haciendo uso de su propia defensa probó sus destrezas en el juego de armas, luego su personalidad ocurrente, graciosa y animada se reservó en la memoria de sus nietos, bisnietas, amigos igual que en centenares de ahijados muchos de ellos sobre los 70 años hoy.

Ella fue creyente hasta sus últimos días, cuando podía caminar lejos, le pidió a su hijo Rafael prepararle un conuco para cultivarlo. Ya entrada en años, mayor, montó una bodeguita en su casa en la calle Miranda de Guaribe, donde cocía sus muñecas, vendía, casabe, papelón, cambures, topochos, alguna que otra sardina en lata, queso, y otros víveres frescos, allá iban sus clientes tanto para adquirir despensas, como para escuchar los cuentos y consejos de Nicolasa. Y junto a ella sus hijas Santa, Cruz y su yerno Perucho Manriquez, viejo jinete sabanero venido a Guaribe en arreos de ganado desde Tucupido del Llano en los años 30.

Cuando Nicolasa murió a principios de los 70, sus hijos decían que tenía 103 años, pero no había documentos que probaran aquella longevidad, sin embargo su ancianidad era evidente. Sus ahijados acompañaron el velorio con una parsimonia particular, montaron guardia ante su féretro de manera ordenada como si se tratará de una mandataria o una heroína, que en cierto modo lo fue, al ayudar a nacer a tanto niños y niñas y ser solidaria con quien la necesitaba.

A Nicolasa Armas le tocó vivir entre un siglo y otro, por eso fue un eslabón cultural, caracterizaba a la mujer cimarrona ancestral africana por su personalidad y cuyos testimonios de vida rescatamos en fragmentos de la memoria oral de quienes la conocieron y la apreciaron. Los que la conocieron agregaran sus memorias a este homenaje.

autor: Aldemaro Barrios R /
venezueared@gmail.com

lunes, 18 de enero de 2021

Los esclavos negros del Tesorero de Margarita Juan Ibarreta Ladrón de Guevara

por Francisco E. Castañeda M. (fran.caman@hotmail.com

Introducción

Durante el año de 1992, fue publicado el estudio intitulado Desventuras del Tesorero de Margarita Capitán Juan de Ibarreta Ladrón de Guevara, cuya autoría corresponde al historiador y cronista neoespartano Ángel Félix Gómez Rodríguez (Felito), del cual hemos extraído importante información relacionada con la presencia de esclavos negroafricanos en el territorio insular durante un determinado período de la época colonial, específicamente el comprendido entre los años de 1643 a 1654, lapso de tiempo correspondiente al ejercicio administrativo del nombrado Tesorero Ibarreta en la gobernación de la provincia insular margariteña.

Sucinta Semblanza Biográfica

Natural de la localidad de Luzurriaga del consejo (sic) de San Millán, Provincia de Álava, actual País Vasco. Estuvo Casado con doña Caterina Arze de Roxas, de cuya unión no hubo descendencia. Es menester señalar que el segundo apellido de nuestro personaje en comento, Ladrón de Guevara, es también originario de la Provincia de Álava.

Asimismo, el referido Ibarreta, fueCaballero de la Orden de Alcántara, una de las Instituciones Religiosas y Militares más antiguas e importantes de España conjuntamente con las de Santiago, Calatrava y Montesa, las cuales permanecen actualmente vigentes como órdenes honoríficas. (“Orden de Alcántara” (s.f.). En Wikipedia. Recuperado el 11 de enero de 2021).

El propósito fundamental de estas Corporaciones fue la defensa y preservación de los principios ideológicos y espirituales de la cristiandad medieval. Cabe destacar que solo podían formar parte de estas Órdenes, los Hidalgos, es decir, aquellas personas que ocupaban el nivel más bajo del estamento de los Nobles quienes tenían derecho a portar armas, a servir a Los Reyes en sus campañas militares y además estaban exentos del pago de algunos impuestos.

Su Presencia en la Provincia de Margarita

La organización burocrática de la administración fiscal y tributaria, es decir, la Hacienda Real de las posesiones coloniales hispanas, inicialmente estuvo conformada por cuatro Oficiales Reales, a saber: Tesorero, Contador, Factor y Veedor . Estos funcionarios constituían el cimiento base de la administración colonial pues eran los responsables de recaudar los ingresos por concepto del pago de impuestos, rentas y otras entradas así como también lo relacionado con su distribución entre las demás dependencias gubernamentales al igual que el debido cumplimiento con los pagos pendientes tanto a los proveedores como a los demás beneficiarios. Otra de sus obligaciones era la de brindar asesoría permanente al gobernador en todo lo relacionado con el acontecer económico de cada territorio provincial (Donoso Anes, A., 2008: 58 y 60. Véase también, Bertrand, Michael, 2010).

Es importante señalar que los cargos de Factor yVeedor, fueron eliminados de la estructura organizativa hacendística colonial, quedando solo los de Tesorero y Contador, quienes se distribuyeron las obligaciones de los mencionados oficios reales desaparecidos. No obstante, en lo que respecta a la isla de Margarita, se mantuvo durante cierto tiempo el cargo de Factor ya que la mayoría de los pagos hechos a la Real Hacienda insular se hacían en especies, es decir, con perlas y este funcionario era el responsable de la custodia de las arcas donde se depositaban los bienes pertenecientes a su majestad (Martínez de Salinas, M.L., 1991: 147).

A partir del año de 1643, el capitán Juan Ibarreta comenzó a ejercer sus funciones como Tesorero Real de la isla de Margarita durante la administración del gobernador Francisco Santillán y Argote (13-IV-1643 al 23-III-1649), en sustitución por fallecimiento del tesorero, también de origen vasco, Francisco Ruiz de Guizaburuaga (Garmendia Arruebarrena, J., 1989: 125 y 190).

Concluida la gestión gubernamental de Santillán, el Tesorero Ibarreta continuó ocupando ese cargo en la administración del nuevo gobernador insular, el capitán y Caballero de la Orden de Santiago, Fernando Mendoza Mate de Luna (23-IV-1649 hasta el año de 1653) e igualmente también en el período siguiente cuya máxima autoridad provincial nombrada por la Corona fue Pedro de Rojas Manrique, quien inició sus funciones gubernativas el 4 de mayo de 1654 y finalizó el 15 de febrero de 1657.

Durante el transcurso de este último periodo gubernamental, al Tesorero Ibarreta se le dictó un auto de detención el cual se extendió hasta la llegada del subsiguiente gobernador, Juan Marroquin de Montehermoso (desde el 14-V-1657 hasta el año de 1661) quien le sustituyó la prisión carcelaria por la pena del arresto domiciliario (Gómez Rodríguez, A.F., 1992: 8. Véase también, Nectario María, Hermano, 1986: 122. Heredia Herrera, Antonia M.,1996: 96 y Morón , Guillermo, 2003: 30-32).

Ahora bien, cabe preguntar entonces ¿cuál fue la causa o el motivo de la detención del Tesorero Ibarreta?

Según refiere el historiador Gómez Rodríguez, la noche del 9 de enero de 1654, arribó al puerto porlamarino la carabela portuguesa”Nuestra Señora de las Llagas de Cristo”, bajo el argumento por parte de su capitán de una “arribada forzosa” como consecuencia del mal tiempo imperante en su travesía rumbo hacia Brasil, por tanto, se vieron obligados a buscar refugio en las costas insulares (Gómez Rodríguez, A.F., Ibídem, 11).

Esa misma noche, la mencionada embarcación fue visitada con fines administrativos de acuerdo con las disposiciones gubernamentales existentes al respecto por varios funcionarios de la Real Hacienda bajo la coordinación del Tesorero Ibarreta quien, supuestamente, se apropió para su beneficio personal de diversas mercancías contenidas en la bodega de la referida carabela por lo cual fue sometido a juicio y dictado el correspondiente auto de detención (Ibídem).

En virtud de ello, le fueron embargados los numerosos bienes que poseía Ibarreta quien, para esa época, era uno de los hombres más ricos de la provincia de Margarita. De su cuantiosa hacienda, también le fueron confiscados y posteriormente vendidos los esclavos negros que poseía en el territorio insular.

A continuación, basados en el citado texto, presentamos una relación de lo sucedido con dicha población esclava. Veamos:

Con fecha 7 de noviembre de 1655, se dio comienzo en la ciudad de La Asunción, a la venta pública o almoneda con la intervención de la justicia de los bienes muebles propiedad del capitán Ibarreta, entre los cuales fueron incluidos los negros esclavos quienes eran considerados durante esa época, simplemente como “cosas”, “objetos”, “bienes semovientes”, similares al ganado. Asimismo, vale señalar que el esclavo se encontraba sujeto a los designios del amo o propietario quien, a fin de cuentas, era el dueño de su existencia y por tanto podía venderlo, adjudicarlo, enajenarlo, en términos generales.

Así, pues, ese día, durante el remate de los bienes de Ibarreta, el súbdito hispano Miguel de la Calle, adquirió a la “negrita criolla” Josefa, de dos años de edad, por 560 reales de plata (Gómez Rodríguez, A.F.,1992: 37).

Con fecha 14 de noviembre prosiguió la referida venta pública en la cual el Licenciado Antonio Altamirano, compró a los esclavos siguientes: A)María, de 18 años y Sebastiana, de 14; ambas, negras criollas, por la cantidad de 300 pesos cada una. B) Antonio, “negro cuchi cuchi”, de 18 años de edad por 320 pesos. Respecto a esta denominación, el Cronista Gómez Rodríguez, hace referencia a una “cuarteta”, recogida por el profesor Rosauro Rosa Acosta en la población de Aricagua, municipio Antolín del Campo, que a la letra dice lo siguiente:

“Cállate la boca/ boquita de cuchicuchi/ a tu madre la encontraron/ robándose unos catuches” (Gómez Rodríguez, A,F., 1992: 37).

C) Antonio Gurumeye, “negro de nación Angola”, de unos 28 años de edad por300 pesos. D) Diego, de “nación Tari Tari”, de unos 13 años de edad, por 270 pesos. E) Madalena (sic), negra Angola, de más o menos 40 años con una cría de 8 meses de nombre Antonia, ambas por 300 pesos (Ibídem). Nota: como vemos, el Lic. Altamirano hizo una inversión de 1.790 pesos con los cuales adquirió siete esclavos, cada uno de ellos en 256 pesos aproximadamente.

Ese mismo día, 14 de noviembre, nuevamente el hispano Miguel de la Calle obtuvo, mediante el pago de la cantidad de 300 pesos, al negro José, de “nación Castariba”, y por su parte, el Licenciado González de Albornoz, compró al “negrito criollo” de 7 años de edad llamado Vicente, por 130 pesos.

El 22 de noviembre continuó la venta almoneda y el nombrado Miguel de la Calle adquirió también a Juan “Mandinga” de 30 años de edad por la cantidad de 300 pesos. Asimismo, en esta sesión de venta, Antonio Brito de la Cruz Aguilar, compró al “negro criollo” de nombre Andrés de 25 años y a la negra Inés “Castariba”, también de esa misma edad, pagando por cada uno de ellos la cantidad de 300 pesos. Participó también en este operativo de compraventa, el sargento mayor, Manuel de la Riba Herrera, quien compró a la “negrita criolla” Germania, tuerta de un ojo y de doce años de edad, por la cantidad de 150 pesos.

El 29 de noviembre, continuó el remate de los bienes de Ibarreta y en esta oportunidad, el Alférez Beltrán de los Reyes, pagó la cantidad de 130 pesos por la negra esclava Leonor.

Al día siguiente, el capitán, Cristóbal García de Córdova, Provincial de la Santa Hermandad, compró al negro José, de nación Angola,de 25 años de edad por la cantidad de 300 pesos (Ibídem).

Cinco días después, prosiguió la venta en La Asunción y el ya mencionado Alférez Baltasar de los Reyes, compró a la negra Beatriz Ancheta de 24 años y al negro Juan Mantena, de 10 años, ambos por la cantidad de 215 pesos (Ibídem, 39).

El día 24 de diciembre de ese año de 1655, se llevó a cabo una distribución de los negros restantes de tal manera que al Maese de Campo, Luis Fermín, le otorgaron a Diego de nación Angola, por 340 pesos. Asimismo, a Antón García Lucinoso, le concedieron al negro Malambo Damián, por 270 pesos. Igualmente, al Capitán Francisco A. de Andrade, le entregaron a la negra Mónica por la cantidad de 260 pesos. A Valentín de la Riba Hernández, el negro criollo Luis, por 325 pesos y a Beatriz de Aguiar, le vendieron a María, negra Taritari, por 300 pesos (Ibídem).

Ahora bien, la información contenida en la descripción de esta nómina presenta algunos aspectos de interés que es menester aclarar:

En primer término, vemos que todos los nombres de los esclavos son cristianos puesto que, de acuerdo con las disposiciones reales y eclesiales de la época , era obligatorio bautizarlos e imponerle un nombre propio tomado del santoral católico. Su identificación étnica originaria se eliminaba totalmente y con la asignación de esta nueva denominación, se iniciaba formalmente el proceso transculturativo: ahora eres Damián o Juan o Diego o Mónica o María y como tal debes responder.

Se observa además, el uso de dos categorías clasificatorias, a saber: Negro de Nación y Negro Criollo. La primera se utilizaba para identificar a la región o sitio de dónde supuestamente era originario el esclavo y la segunda, se usaba para referirse a los esclavos nacidos en tierras americanas y así diferenciarlos de los primeros.

En cuanto a los etnónimos o nombres de los grupos étnicos colocados a manera de apellidos después del nombre cristiano, facilitaba la identificación de sus distintos lugares de origen o procedencia, verbigracia, Antonio “gurumeye” de Angola, Diego y María, “tari tari”, del grupo Tari, de las riberas del río Popo, Juan, mandinga, etc.

Como hemos visto, la nómina de esclavos propiedad del capitán Juan Ibarreta, no fue nada despreciable: veintitrés piezas de cautivos que conformaron una significativa dotación propiedad de un solo dueño.

Este referencia resulta importante por cuanto evidencia la presencia en la provincia de Margarita durante la época colonial de una población negra esclava originaria tanto de África como nacida también en el territorio insular sobre la cual es muy poco lo que conocemos. De allí , pues, la necesidad de investigar y estudiar cuánto podamos acerca de ella. En nuestra opinión, los aportes de este variado y diverso grupo humano tanto en el aspecto biogenético como en el sociocultural, constituyen un factor fundamental en la conformación de eso que solemos llamar la margariteñedad.

Francisco E. Castañeda M. 

La Asunción, 16-I-2021