lunes, 12 de abril de 2021

CIRCUNTANCIAS GUARIQUEÑAS/ La Cimarrona Nicolasa Armas


Hace algunos años escribí una crónica sobre Nicolasa Armas, una mujer negra de una estatura memorial dado su carácter y personalidad, un verdadero eslabón humano histórico entre los siglos XIX y el XX. El primer confidente fue su nieto Juan de Dios Machado, quien me indicó que la mamá de Nicolasa fue una mujer esclavizada que debió nacer a finales de la Guerra Federal. Nicolasa Armas vería a luz a finales de la década 80 o principios del 90 del 1800, por los lados de Guanape en el actual estado Anzoátegui, luego emigró hacia el oriente de Guárico en Guaribe, muy probablemente huyendo de las montoneras que se formaron a raíz de los enfrentamientos del banquero Manuel Matos contra Cipriano Castro. El Oriente entonces era escenario de guerra, en Píritu, Clarines, Guanape y en los alrededores se presentaban escaramuzas donde se enfrentaron tropas de Nicolás Rolando por la Libertadora y Manuel Itriago Armas “Veneno” jefe militar del Oriente y partidario de Castro.

Esa mujer alta de piel lisa “lavada” como suelen decir, alegre, bailadora y cantadora terminó trabajando en labores domésticas para un hacendado en las montañas de Guarebe (hoy Miranda) a 20 kilómetros al norte de Guaribe, había aprendido a jugar palos y lanzas,“armas” como se conocía ese arte de lucha. Era principios del Siglo XX y había que hacerlo todo en producción artesanal y con sus propias manos.

En una oportunidad cuando llevaba una carga de naranjas para el pueblo fue interceptada por un pariente del patrón en el camino solitario, quien la “procuró” violentamente, se le lanzó encima para poseerla, al mismo tiempo que Nicolasa le bandeó un garrotazo que el agresor recibió tras su arrebato , sin embargo el hombre ofendido por quien se suponía era una manumisa negra, volvió a atacarla, pero la negra tomó una lanza de camoruco curado en fogón que llevaba en el burro y ensartó al violador en el abdomen. Ahí quedó lanceado y moribundo mientras la negra arreó su burro de regreso a la hacienda a darle el parte a su patrón.

El Don la envió a refugiarse en una montaña en las cercanías de una de sus haciendas de sarrapia, lejana en un enclave intrincado por allá en el umbral del más nunca conocido como La Trinidad, allí fue a parar Nicolasa, escondida y resguardada en el silencio. Nadie supo quién mató a aquel hombre abusador. Al año salió de su escondite y volvió a integrarse a la vida regular haciendo lo que siempre le obligo la vida al trabajar para otro y luego para sí misma.

Aprendió a partear mujeres, viviendo la experiencia única del nacimiento cada vez como si fuera la primera, hasta que se hizo comadrona experta, rezandera y madrina de centenares de niños “parteados” que con gusto y respeto le pedían la bendición cuando plantaba su enorme corpulencia y su vestido luengo con mangas largas, en el portal de las casas amigas

Dicen que cuando decidió tener hijos, ya era una mujer treintona, según decía ella “el hombre que quiera estar conmigo tiene que alcanzarme parada” y al parecer así fue, Rosendo Machado su marido, fue un hombre más bien bajo de estatura, ella rememoraba que chiquito como era, la alcanzó y le montó cuatro muchachos: Pedro Francisco, Santa, Rafael y Cruz.

Irreverente, solía silbar y cantar alegremente siempre. Su bisnieta Yuraima Rojas, la segunda confidente, recuerda que hacia muñecas de trapo y siempre con sus rezos y su camándula (rosario), perennemente anduvo en alpargatas nunca usó otro tipo de zapatos.

Cuando iba a limpiar la tumba de su marido en el cementerio, para provocar a las chismosas del pueblo decía en voz alta: “*Aquí voy a echar un polvito con Machado, sabroso caraj…aquí voy, sepan que es Nicolasa la mujer de Machado…” *a todo pulmón y por el medio de la calle. Antes de ir al cementerio se bañaba en el patio, al aire libre. Recuerda su bisnieta Yuraima que se soltaba las clinejas que siempre usó y entre chistes decía que se lavó bien porque iba ir donde su viejo, Al llegar, saludaba la memoria de su marido, le hablaba y luego de limpiar el sepulcro, se acostaba largo rato sobre la lápida que guardaba los restos de su hombre, y conversaba con su difunto de la manera más natural.

Nicolasa era conversadora y una “cuenta cuento” o cachera popular espontanea, los cuentos misteriosos y de muerto eran sus preferidos. Solía decirle a sus bisnietos blanquitos “mis postales” en alusión a las tarjetas de correo con fotografías bonitas que ella admiraba porque le abrían una ventana a un mundo exterior: Caracas, Madrid y París o de donde vinieran aquellas imágenes admirables.

Las confidencias de su bisnieta son reveladoras del espíritu de lucha de aquella mujer. Ella misma construyó la casa de bahareque donde vivía, batió barro, pajilla y bosta de ganado para empañetar el rancho que le dio cobijo a su familia hasta sus últimos días.

Yuraima recuerda que siempre cargaba su machete en la mano, en la casa o en la calle, cuando salía del pueblo a otros caseríos, disfrutaba viajar en las barandas altas de los camiones ganaderos cantando alegre, ante la insistencia del chofer para llevarle delante como pasajera, ella prefería la aventura de montarse en las barandas y cantar a gañote suelto.

Recordaba su hija Cruz que cuando llegó un autocamión a Guaribe, probablemente a principios de los años 40, un automotor, suerte de bus colectivo con cabina para carga, le pidió al chofer que le diera una vuelta. Al llegar a la casa, su hija Cruz le dijo que las arepas se les estaban quemando, y le dijo “voltéalas” y siguió paseando y cantando en el autocamión, cuando regresó, Cruz molesta le volvió a decir y ella le respondió “deja que se quemen esas vainas, yo voy a dar otra vuelta” y siguió su paseo cantando y disfrutando la dinámica de moverse en un auto.

Para los velorios de Cruz de mayo, ella era la primera colaboradora, adornando la cruz y apoyaba con en la elaboración y el servicio del carato, enunciaba las oraciones devotas, se colocaba en el cabello flores que lucía graciosamente y hacia coqueterías femeninas para la gracia de sus nietos y bisnietas especialmente para su “postales”.

Yolandita Barrios de Michelena la recuerda “*sincera, sin pelos en la lengua para decir lo que tenía que decir, decía groserías “sanas” sin ofender, cuando parteaba, además del trabajo de acompañar clínicamente a la parturienta, era solícita, les sobaba la barriga a la mujer, la calmaba, les rezaba, igual que lo hacia cuando curaba las culebrillas”. *Sabía si la embarazada tenía un varón o un hembra en el seno del vientre, no se equivocaba, por eso cuando era hembra, ella le hacía a la parturienta una muñeca de trapo que le entregaba después de dar a luz. Un gesto que le cobró cariño y afecto entre tantas mujeres del pueblo.

De esas breves descripciones de Nicolasa Armas percibimos su carácter étnico y una personalidad particular muy parecido a la caracterización de hizo Páez de Pedro Camejo, en su autobiografía. Entiéndase que no hago comparación histórica entre uno y otro personaje pero a Nicolasa se le ve retratada en la personalidad de Negro Primero cuando Páez lo describió:

… pruebas de valor dio en todos los reñidos encuentros que tuvimos con el enemigo, que sus mismos compañeros le dieron el título de El Negro Primero. Estos se divertían mucho con él, y sus chistes naturales y observaciones sobre todos los hechos que veía o había presenciado, mantenían la alegría de sus compañeros, que siempre le buscaban para darle materia de conversación.

La memoria oral discreta dio cuenta del valor de esa mujer cimarrona llamada Nicolasa Armas, cuando haciendo uso de su propia defensa probó sus destrezas en el juego de armas, luego su personalidad ocurrente, graciosa y animada se reservó en la memoria de sus nietos, bisnietas, amigos igual que en centenares de ahijados muchos de ellos sobre los 70 años hoy.

Ella fue creyente hasta sus últimos días, cuando podía caminar lejos, le pidió a su hijo Rafael prepararle un conuco para cultivarlo. Ya entrada en años, mayor, montó una bodeguita en su casa en la calle Miranda de Guaribe, donde cocía sus muñecas, vendía, casabe, papelón, cambures, topochos, alguna que otra sardina en lata, queso, y otros víveres frescos, allá iban sus clientes tanto para adquirir despensas, como para escuchar los cuentos y consejos de Nicolasa. Y junto a ella sus hijas Santa, Cruz y su yerno Perucho Manriquez, viejo jinete sabanero venido a Guaribe en arreos de ganado desde Tucupido del Llano en los años 30.

Cuando Nicolasa murió a principios de los 70, sus hijos decían que tenía 103 años, pero no había documentos que probaran aquella longevidad, sin embargo su ancianidad era evidente. Sus ahijados acompañaron el velorio con una parsimonia particular, montaron guardia ante su féretro de manera ordenada como si se tratará de una mandataria o una heroína, que en cierto modo lo fue, al ayudar a nacer a tanto niños y niñas y ser solidaria con quien la necesitaba.

A Nicolasa Armas le tocó vivir entre un siglo y otro, por eso fue un eslabón cultural, caracterizaba a la mujer cimarrona ancestral africana por su personalidad y cuyos testimonios de vida rescatamos en fragmentos de la memoria oral de quienes la conocieron y la apreciaron. Los que la conocieron agregaran sus memorias a este homenaje.

autor: Aldemaro Barrios R /
venezueared@gmail.com