sábado, 12 de marzo de 2022

Eliminado el estigma asociado con la autoedición

 Ahora, todos podemos ser Gutenberg y “fabricar” nuestros propios textos –para que nuestras ideas trasciendan– y sean útiles a las actuales y futuras generaciones; centrándonos en el contenido (las ideas y planteamientos intelectuales); antepuestas a el diseño y la presentación final del libro.

Elaborar un libro, siempre ha sido una tarea desafiante, que requiere de trabajo de investigación, comprensión, redacción y revisión. Lo que a veces por sus dificultades, costos y consecuente laboriosidad, alejan a los autores de la posibilidad de publicar. Un libro, no es un panfleto, o un cúmulo de ideas inconexas, presentadas como se quiera. El libro es heredero de una tecnología asociada a la trasmisión y perpetuidad del conocimiento; que ha ido evolucionando desde los primeros estadios de la humanidad. Un estudiante con una tabla de arcilla con caracteres cuneiforme de la antigua Babilonia, poco difiere, en su postura de lectura, su esquema de concentración e incluso su intensión final –la de aprender–; de la intensión de un estudiante actual, portando una sofisticada tabla electrónica. Lo que ha cambiado es la tecnología, tanto del medio que porta el conocimiento –el libro–, como la presentación y esquematización del conocimiento presentado.

El libro moderno, está estructurado en un esquema que ha evolucionado de forma armónica. El ávido lector, puede rápidamente desentrañar sus partes y conocer sus objetivos. Puede incluso, satisfacer su curiosidad, leyendo una sola de las partes o capítulo que lo componen, o por medio de las múltiples utilidades que lo conforman: tablas, índices, glosarios, prólogos, colofón, etc., todas ellas poseen los datos y metadatos que pueden ser del interés del lector.  Ese supuesto “interés del lector”, es el timón que orienta a los autores en sus pretensiones de incluir en sus volúmenes, todo lo que pudiera ser útil para entender lo que presenta. Pretensiones que no son fáciles de conciliar, por diversas razones. Los costos de producción de un libro siempre, han privado en lo relativo a su extensión y a sus características propias (incluyendo: presentación, materiales utilizados, diagramación, etc. –los costos limitan la profusión del conocimiento–).

La tecnología que a veces agobia, también sirve para lo contrario. El nacimiento del libro electrónico, trajo alivio a autores y lectores. Haciendo posible la “popularidad del libro”, lo que ha significado una revolución referida a la dispersión y presentación del conocimiento, tanto o mayor que la de Gutenberg con su imprenta. Un modesto autor, puede redactar sus ideas y darle el formato adecuado, desde la tranquilidad de su oficina u hogar, y ese material puede casi al instante, ser dispuesto a sus lectores. Sin embargo, aún tiene el autor que preocuparse por la estructura y detalles del formato del libro. Debe velar por mantenerse dentro de lo estipulado; mucho más si es material científico, o creaciones que van dirigidas a revistas periódicas.  Pero es bajo ese sobrio esquema, que, en los últimos siglos, se ha perpetuado el conocimiento; y se puede seguir su evolución o validar los éxitos o yerros en lo planteado. Sabiendo y conociendo: quien, como, cuando y donde fue presentada tal o cual idea; en que formato, cual fue la extensión y quienes revisaron y validaron su publicación, es así como se garantiza el conocimiento moderno. Ese ese aún, un mundo de pocos para muchos.

Resolver, lo inherente a la estructura, diagramación y presentación final del libro, ha sido un reto a superar por los autores no afiliados a las editoriales o casas comercializadoras de libros (las que monopolizan el conocimiento). Las soluciones actuales a ese paradigma que enfrentan tanto a autores, como a lectores, son diversas y multisápidas.

Por ejemplo: El formato PDF es muy expositivo y poderoso, pero en el siglo XXI, dada las circunstancias de profusión de las páginas web HTML, muchas veces es mejor interactuar dinámicamente con el material leído o con los enlaces relativos a su comprensión. Los navegadores web, facilitan las operaciones en ese entorno completamente digitalizado. En 2014, Rob Beezer, compartió una plataforma de desarrollo de materiales didácticos, que ha evolucionado hasta el actual Pretex: donde es posible escribir un seudocódigo XML, para producir finalmente una diversidad de formatos, entre ellos: LaTex, PDF, EPUB, cuadernos Júpiter, páginas HTML e incluso código Braille. En Pretex, el estilo del documento o libro final, está separado del código donde se expresan las ideas; la presentación y la estética subyace en la plataforma –codificada en formato XML–. En esencia el autor escribe sus ideas y pareceres, sin cuidar por el arte final de su obra, sólo debe respetar la estructura que quiere seguir.

Aprender a codificar Pretex usando el lenguaje de marcas XML, es solo un paso previo y el único costo-compromiso que hay que asumir para lograr grandes libertades e indudables resultados en las obras, que pueden ser de carácter interactivo y profusamente ilustradas. 

Ejemplos:




Por: Rommel Contreras (rommeljose@gmail.com)


(descargar en PDF)