martes, 19 de febrero de 2013

EL BAUTIZO DE SUCRE

Parroquial de Cumaná (mediados siglo XVIII),
estaba ubicada en  el sitio donde actualmente
se encuentra  la iglesia Santa Inés.
Era una ciudad de vida apacible, afincada a orillas del imponente golfo de Cariaco, y en las riberas de su río, impulsor fundamental de la dinámica de la vida lugareña: el portador del agua para la diaria faena, para el baño diario de niños y jóvenes, que alegres y bulliciosos corren por sus riberas, y en sus aguas cumplen proezas con habilidad de expertos nadadores, lugar para el ocio y distracción, y para la búsqueda del frescor en las noches calurosas, y admirar la luminosidad del plenilunio, y expresar rápidamente un deseo, al pasar alguna estrella fugaz, rauda por el firmamento. 

Como toda ciudad colonial española, aunque pequeña: 16 mil habitantes le calcula Humboldt, cuando la visita a fines del siglo XVIII, presenta la característica de vivir sus habitantes condicionados por una existencia reglada por el principio fundamental de las diferencias sociales, que se manifiestan en clases y castas, cuyo fundamento es la aristocracia de sangre y la posesión de tierras y esclavos, con el carácter de sociedad rígida y cerrada, donde la primacía radica en los blancos, de superiores designios; y abajo, la población mestiza, los indígenas y los esclavos, pobre y explotada, por el trabajo esclavo y servil, sin privilegios ni prebendas. 

A la aristocracia terrateniente, acomodada y de privilegios pertenece la familia Sucre-Alcalá, de vieja estirpe y lejano arraigo en la ciudad; dueña de haciendas y esclavos, de casas y solares, goza de los reconocimientos y favores que por su condición se merece. Familia de raigambre cristiana, celosa cumplidora de sus deberes religiosos, no habría de faltar en los momentos de atribulaciones e inquietudes familiares, el oportuno consejo y las directrices del padre Alcalá, cercano familiar, cuya labor de sacerdote dedicado y filántropo de valía ya era blasón de orgullo para la familia Sucre-Alcalá. 

El terrateniente y militar don Vicente Sucre y su esposa María Manuela Alcalá conforman un hogar de los respetables de la ciudad, tienen ya cuatro hijos, José María, José Joaquín, Vicente y Pedro cuando nace Antonio José, el 3 de febrero de 1795. La alegría acostumbrada en tales ocasiones hace prontamente arreglos para el bautismo en los días inmediatos, como era uso y costumbre entonces, y a los diecisiete días, el recién nacido es llevado a la Pila bautismal, en la Ermita de la Virgen del Carmen, en el lugar donde se levanta hoy la Iglesia de Santa Inés, al ser destruida aquélla por violento terremoto en 1796. 

El Acta de Bautismo da fe del hecho cumplido, según lo prescrito por el rito católico romano, quedando registrada en los siguientes términos: 

“En veinte días del mes de febrero de mil setecientos noventa y cinco: Yo beneficiado, cura castrense don Francisco Josefh del Águila, certifico que con mi licencia y asistencia del presbítero doctor Josefh Cándido Martínez, secretario de visita, puso óleo y crisma a Antonio Josefh Francisco, hijo legítimo de don Vicente Sucre, Teniente de Infantería, y de doña María Manuela de Alcalá, el cual niño tenía diecisiete días de nacido; fueron padrinos el beneficiado Don Antonio Patricio de Alcalá y doña Juana Jerónima Sánchez, a quienes advertí su obligación y espiritual parentesco; y para que conste, lo firmo, y doy de ello fe. Francisco Jfh. del Águila”. 

En los brazos de su madrina doña Juana Jerónima Sánchez salió, ya bautizado, el recién nacido, de la Ermita de la Virgen del Carmen, mientras la chiquillería, con gritos impacientes solicitaba a las puertas de la Ermita, las menudas monedas que generosamente el padrino lanzaba a la concurrencia. Luego, el concurso se trasladaría al hogar para la celebración, con abundante comida y bebidas, sin faltar lógicamente el alegre y bullicioso baile, para solaz de las parejas entusiasmadas. 

Iniciaba así su vida de cristiano Antonio José, iba a ser un niño, según sus biógrafos, introvertido, tranquilo, circunspecto, y como adulto mesurado, amable, y reflexivo, recto, metódico y rígido, de poco reír y poco dado a ruidosas explosiones de carácter; pero generoso, bondadoso y desprendido. La sencillez y bonhomía de su figura es bienamada en la historia, como el prototipo de la persona buena y humilde, a pesar de sus altos merecimientos. 

Destinado a la tradición militar de su familia, de la mano de su tío abuelo y padrino el Arcediano de la catedral de Caracas Antonio Patricio de Alcalá, eminente sacerdote y filántropo, va a Caracas a cursar estudios de ingeniería militar en la célebre academia del coronel español Tomas Mires. Para luego, a los quince años de su edad, en 1810, incorporarse al ejército patriota, donde inicia su carrera militar, algo lenta de logros al principio, para terminarla fulgurantemente, como el primer teniente de Bolívar, y el gran vencedor del último ejército español en América, en la rutilante batalla de Ayacucho, y proyectarse a la posteridad como Gran Mariscal de Ayacucho, y redentor de los hijos del sol. Ese fue el recién nacido, bautizado en un día como hoy en la Ermita de la Virgen del Carmen, y que ahora rememoramos a los 218 años de tan fausta celebración.

por: Gilberto J. López

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