miércoles, 22 de febrero de 2023

CONFLICTOS EN LA HISTORIA DE CUMANÁ

Cumaná ha sido una ciudad con una significativa participación en los más importantes momentos históricos de nuestro país. Ha estado, por tanto, comprometida en todas las contingencias históricas que han conmovido nuestra historia. Su propia historia está llena de confrontaciones y acontecimientos bélicos que desde su establecimiento y en los avatares de su desarrollo configuran su perfil socio-político.

Exposición del Prof. Gilberto López para el II Congreso de Geo-historia y Cultura Sucrense, realizado en Cumaná los días 3 y 4 de abril de 2014.

Las luchas indígenas

La codicia de los europeos y la belicosidad de los indios fueron los motores de la conquista y colonización de las tierras entonces llamadas Indias.

Los europeos en el marco del comercio capitalista en expansión buscaban nuevas rutas para la obtención y comercialización de las mercancías del lejano oriente. Al encontrarse inesperadamente con nuevas tierras, que en principio creyeron eran las Indias orientales, obviamente en lo que inmediatamente pensaron fue en las riquezas y en su obtención a toda costa. La búsqueda de riquezas minerales motivaron su rápido andar por las costas e islas, y en ese afán pronto se dieron cuenta que estaban ante nuevas tierras, a las que fueron paulatinamente penetrando al tocar la tierra firme, de modo que en cincuenta años ya habían recorrido todo el continente.

En el descubrimiento de las costas orientales de la tierra firme y su inmediato recorrido, las perlas fue lo primero que encontraron, en el Paraíso, como quisieron entreverla; hecho que motivó su codicia y los movió a indagar sobre dónde buscarlas y cómo obtenerlas.

De modo que el recorrido exploratorio de costas y mares por la tierra firme fue encaminado inicialmente a la ubicación de placeres perlíferos. Fueron correrías a lo largo de la costa para la búsqueda, la búsqueda de riquezas, no para la fundación de pueblos y ciudades. Pronto comenzaron lo que los españoles llamaron las entradas, el ranchear o rescate, que era el saqueo o pillaje de pueblos, y la defensa de estos por parte de sus habitantes, los indios.

De 1498 a 1513, para atenernos sólo a las cifras oficiales, se suceden las expediciones para ubicar los placeres perlíferos y obtener perlas, y echar las bases para la penetración sucesiva hacia la tierra firme.

Desde luego con la aventura y búsqueda de riquezas iba también el establecimiento de sitios apropiados para la pernocta, en el ir y venir; y habiendo un río, segura fuente de agua, cuya desembocadura era una invitación a recorrerlo, obviamente no es de dudar los primeros exploradores de mar y costa pensaran en establecer un pueblo en sus orillas, como lo señalaba la tradición europea.

Intentos necesariamente hubo de haberlos en el largo período de esos primeros 15 años; pero la codicia de los españoles buscando riquezas empeñosamente, y la belicosidad de los indios defendiendo su heredad, se interpusieron con la consecuencia de siempre: la destrucción inmediata de lo establecido. En efecto, desde temprano hubo intentos para la creación de un centro poblado en las riberas del Manzanares; y comenzó de inmediato el difícil proceso de dominación y conquista del territorio, dada la ferocidad de sus habitantes autóctonos como respuesta a la codicia y maltrato del europeo; las luchas eran incansables y siempre el mismo resultado, se levantaba una aldea o pueblo y pronto su destrucción.

La violencia instaurada con el uso de las armas disponibles por ambas partes sembró la suspicacia, el engaño, la desconfianza, el temor, el miedo, el odio, el rencor entre las partes en contienda; y para lograr el objetivo de una fundación con éxito, después de sucesivos fracasos se pensó en la actuación del religioso, para con métodos más benignos penetrar y asentarse en las nuevas tierras. Así empezaron a conformarse los pueblos misioneros, pueblos de doctrina, no exentos, desde luego, en los primeros tiempos de su destrucción, por lo que en las primeras aldeas para subsistir se recurriera también, junto al convento, a la construcción del castillo o fortaleza.

Por eso no debe sorprender la tardía fundación de Cumaná, para 1515, como se ha determinado ahora, como un centro de apostolado, cuando ya desde 1499 los españoles se movían por sus costas, y que todavía en 1569, con Fernández de Serpa se estuviera edificando la ciudad, después de los intentos de misioneros dominicos, franciscanos, de Bartolomé de Las Casas, y de Gonzalo de Ocampo y de Jácome Castellón. Agua Santas, Nueva Toledo, Nueva Córdoba, Santa Inés de Cumaná recuerdan esos primeros intentos, donde indios y misioneros lucharon arduamente, para que a la postre surgiera una ciudad.

No existe un acta de fundación, ni se inició como procedían los castellanos al hacer sus fundaciones: plantar el rollo, delimitar y repartir solares, designar los lugares para la vida normal, iglesia, ayuntamiento, plaza mayor, convento, cárcel, otorgar un nombre castellano que ha de perdurar, y dejar constancia en un Acta de lo hecho. Pero eso no obsta para que sobre la marcha y en contra de obstáculos de todo tipo, Cumaná surja como tal ciudad, y a la par de ella otras tantas ciudades con orígenes similares.

Con la aparición de la aldea o poblado, apareció también el reparto y la encomienda; el reparto de tierra para su explotación por el blanco español, y la encomienda, distribución de indios al encomendero para su catequización y enseñanza. Con el reparto y la encomienda se rompe el orden comunal primitivo del indio, y se echan las bases para el surgimiento del latifundio, bajo el dominio del hombre fuerte y el surgimiento de una sociedad dividida en castas y clases. Son procesos conducidos por la violencia, que apuntalan un escenario de violencias donde en el transcurso del tiempo confluyen el indio, el español y el negro: tres etnias que no permanecieron ajenas entre sí, sino que en una abierta relación, acompañada por la violencia se intercambiaron profundamente sexo y habla, carne y sangre, supersticiones y creencias, ideas y concepciones, costumbres y usos para dar lugar a una nueva realidad de mestizaje biológico y cultural, que es la expresión de un nuevo tipo humano, al que se refirió Bolívar poéticamente en su singular Discurso de Angostura:”…no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles”. Bajo el signo de la violencia se impuso la colonización y conquista, y sobre ella se fundamentó el régimen colonial, como un complejo de castas y clases.

LAS LUCHAS COLONIALES

El régimen colonial se levantó sobre la posesión de la tierra por una minoría, y la explotación de las masas de indios, encomendados, en servidumbre hasta casi su extinción, y la mano de obra africana en condición de esclavo, para la explotación minera, y luego agrícola en el régimen de plantaciones que a partir de la primera mitad del siglo XVIII desplaza al régimen de encomienda.

El ámbito de la colonia venezolana fue un escenario de lucha constante y abierta entre castas y clases que configuraban el complejo orden social. Esclavos, indios, pardos, mulatos, siempre se insurreccionaron contra el opresivo y represivo régimen impuesto por los blancos españoles. Insurrecciones ocurrieron en todas las épocas en el territorio de las distintas provincias. Rebeliones de indios, de negros eran comunes, en constante lucha con su explotador, y de tiempo en tiempo la fuga para escaparse de la explotación, ocurría con la consecuente persecución del fugado y su riguroso castigo al ser recuperado. No faltaban las ocasionales visitas de piratas, que se movían incansables por el mar caribe, con sus secuelas de violencia.

Cumaná, como ciudad y como cabeza de Provincia o de Gobernación no estuvo exenta a este cuadro de violencia colonial. Asiento de importantes familias españolas de prosapia colonial, la ciudad fundamentaba su economía en la explotación pesquera, con mano de obra guaiquerí, y la explotación agrícola y pecuaria, con población esclava y mestiza, cuyos renglones de explotación lo constituían el añil, el algodón, el azúcar, el cacao, coco y copra, y los cueros, y el pescado salado. Cuando Humboldt visita la ciudad en 1799, le llama la atención el mercado esclavista en la Plaza de Cumaná, aunque no lo considera de mucha importancia. Dice Humboldt: “Por viva que fuera la impresión que nos hizo la primera venta de negros en Cumaná, más nos felicitamos de permanecer en una nación y en un continente donde este espectáculo es rarísimo y donde el número de esclavos es en general poco considerable. No excedía este número en 1800, de seis mil en las dos provincias de Cumaná y Barcelona, en la misma época en que se evaluaba la población entera en ciento diez mil habitantes”.

La lucha por la independencia

El orden colonial, sin embargo, iba a tener en su propio seno la fuerza emergente para su destrucción: los mantuanos oligarcas. Desarrollados sus intereses en controversia con los españoles peninsulares, factores fundamentales de la dominación colonial, aspiraban los blancos criollos al control político, que asegurara la posibilidad de ocupar las altas posiciones políticas que les eran negadas por el régimen español, y mantener así las condiciones de sectores sociales aventajados que hasta ese momento habían usufructuado; pero también otros sectores aspiraban la implantación de un régimen republicano basado en “la igualdad natural de todos los habitantes, la abolición de la esclavitud, el reparto de tierras entre los indios, la abolición del tributo indígena, la libertad de comercio y de cultivos, la supresión de los derechos de composición y alcabala”. Estos fueron los postulados que guiaron la conspiración de Gual y España en 1797, debelada y cruelmente sofocada por la propia oligarquía tradicional, con el Marqués de Casa León a la cabeza, que veía en este movimiento la encarnación de un nuevo orden que era el que precisamente ellos no aspiraban. Aspiraba esta oligarquía tradicional el poder político –su independencia de la Corona española- pero usufructuando su “poderío señorial” y privilegios oligárquicos acumulados en un régimen de explotación esclavista y servil que debía permanecer.

Celosa de su autonomía provincial, y con su estricto orden social colonial fundamentado en su devenir histórico, Cumaná acude solícita al llamado de la Provincia de Caracas, cabeza de la Capitanía General de Venezuela para la cita de la independencia; al igual que las otras provincias, sus intereses giraban en la supresión de las trabas que impuestas por el viejo orden colonial obstaculizaban el logro de sus conveniencias políticas, en lucha ya los blancos criollos con los blancos peninsulares. Cumaná se aprestaba para la larga lucha, en la que se manifestó todo género de violencias para alcanzar la independencia de España.

Como una antigua ciudad y como cabeza de una importante provincia por sus recursos y situación geográfica, Cumaná ocupa una señalada posición en el ámbito colonial, y en consideración de ella y su tradición de pueblo reconocido por sus logros y alcances se siente en la obligación de responder el llamado, pero imponiendo sus propias condiciones para su participación. Sus representantes Mariano de la Cova, Francisco Javier de Mayz, José Gabriel de Alcalá y Juan Bermúdez abogaron por el federalismo en las discusiones que se plantearon al respecto.

Al igual que las otras provincias, pronto empieza Cumaná a sufrir los rigores de la guerra. La devastación se hizo manifiesta con la destrucción de haciendas y conucos, con la consecuente pérdida de vastos sectores de producción, y el desmembramiento y dispersión de importantes familias, por la muerte y persecución de muchos de sus miembros. La penuria, la escasez, las enfermedades y las tribulaciones propias de la ruptura del orden constituido con la pérdida de la paz y tranquilidad fue la consecuencia inmediata tanto para los que huyeron hacia las vecinas islas caribeñas como los que permanecieron, experimentado en carne propia las iniquidades de la guerra. La máxima expresión de la violencia en tierras orientales fue el paso sangriento por ellas de Boves, y la acción de sus lugartenientes inmediatos.

Finalizada la guerra independentista, y las luchas y controversias ocasionadas por los caudillos por sus desavenencias por las vinculaciones a seguir ante el orden grancolombiano propuesto por Bolívar, muerto éste, y disuelta la Gran Colombia, en 1830 comenzaba el proceso de construir la autonomía republicana. Naturalmente en ese proceso iban ocupar lugar preponderante los caudillos que emergieron de la larga lucha independentista y que ahora aspiraban a disfrutar las mismas prerrogativas que caracterizaron al régimen social de la Colonia. La desigualdad social, la explotación y propiedad en beneficio de las clases dominantes fueron elementos consagrados en la Carta Fundamental de 1830, prácticamente sin modificación alguna. Las condiciones materiales prevalecieron: el estancamiento económico y su consecuente penuria siguieron a la orden del día, y la inestabilidad social – a través de la violencia- caracterizó a la República.

El poder político pasó a manos abiertas de los propietarios tradicionales, configurándose así el sector social históricamente conocido como la Oligarquía Conservadora. A este sector van a entrar los caudillos independentistas, convertidos ahora en terratenientes en virtud de la entrega de baldíos en recompensa a sus servicios prestados en la gesta emancipadora, a través de los llamados “haberes militares”. Se configura ahora una sociedad algo abierta, donde el poder político se basaba en la posesión de propiedad territorial, y las altas posiciones militares ganadas en los campos de batallas se convirtieron en vía expedita para el “ascenso social”. Así se explica que los ideales de estos caudillos se identificaran pronto con los de las clases dominantes.

A pesar de las luchas, la dominación impuesta en un cuadro que, sin embargo, reproducía el viejo esquema colonial, quedó en la población general el ideal de la independencia y de la igualdad, que esgrimido siempre será el detonante para roces y controversias entre gentes no contentas con el nuevo orden y víctimas de los viejos procedimientos aún imperantes en el orden sociopolítico que se imponía. Como recuerda Vallenilla Lanz, en su obra Disgregación e Integración, (p. 95), blancos peninsulares y criollos construyeron la república sobre las bases legislativas colonial, de modo que las Leyes de Indias, Las leyes de Partidas, la Novísima Recopilación, las Ordenanzas de Bilbao, las Reales Cédulas constituyeron el nuevo derecho privado y administrativo de la república establecida.

En la época post independentista, por el interés de los sobrevivientes de las viejas clases terratenientes, que basados en las viejas leyes imperantes reclamaron sus propiedades y en el interés de los caudillos militares ahora incorporados al nuevo esquema y en la búsqueda de su propio usufructo, continuaron abiertamente las luchas de esclavos y campesinos, manumisos y hombres libres contra el viejo cuadro opresivo político económico de base colonial que imperaba

Ciertamente, esclavos y pardos, que habían participado en la guerra de independencia, en busca de su libertad, ofrecida por los decretos bolivarianos de 1813, y 1816 regresaron después de la lucha a su condición de esclavos, pues sus antiguos dueños al regresar a establecer el antiguo régimen, fundamentado en las viejas leyes, que persistieron a pesar de todo lo nuevo que se quería, reclamaron sus propiedades materiales y de hombres, sin considerar en éstos sus grados y haberes militares obtenidos por los decretos del Libertador, y se los restituyeron basados los tribunales en las viejas y todavía vigentes leyes coloniales. Después de la larga y sangrienta lucha por la independencia, el cuadro económico social de la Colonia siguió incólume. Y el hombre atado a la tierra en condición de peonaje, mano de obra enfeudada, bajo el dominio de los propietarios terratenientes y burgueses usureros siguió imperturbablemente, hasta que la llegada de la economía petrolera desquició el viejo régimen agrícola colonial.

Al respecto, Vallenilla Lanz asienta: “Los constituyentes del año 19 en Angostura, los del 21 en el Rosario de Cúcuta; los del 30 y los del 58 en Valencia; los del 64 en Caracas… creyeron sinceramente que habían fundado una obra sólida y estable sobre las ruinas del pasado y convertido en abono fecundo la sangre derramada. No vieron, no quisieron ver jamás, que la influencia de las instituciones políticas es siempre nula, cuando ellas no se adaptan al estado social, y que los principios políticos son puras abstracciones, cuando las leyes que deben servirles de medios de aplicación, no corresponden al sistema establecido” (ídem). Y recalca Vallenilla, que el régimen político del año 30 conservó la ley de manumisión en iguales o peores condiciones que la Gran República, y en todo su vigor, la legislación civil y administrativa de la Colonia, “monopolista y absolutista por esencia (ídem.). También señala, que, en 1864, los constituyentes de la Federación sancionaron el más bello de cuantos códigos ha podido concebir el idealismo político, pero un Decreto inconsulto del caudillo vencedor hizo retroceder el país después de cincuenta años de Independencia y República, al régimen civil de la Colonia. (idem).

Y fundamentado en las viejas leyes y con el apoyo de los tribunales fue una verdadera persecución la emprendida por los dueños terratenientes contra todos los que tenían cuenta pendiente. “Y como los miserables –anota Vallenilla-, los proscritos de los goces sociales, los adeudados por el alto interés del capital y arruinados y perseguidos por las leyes de crédito, los militares desposeídos del fuero y sin pensión de retiro, los llaneros habituados al abigeato y castigados ahora con la pena de azotes, los esclavos y manumisos que habían saboreado el goce de la libertad y hasta conquistado grado y honores en la guerra, perseguidos por sus amos con el apoyo de las autoridades; todos esos grupos sociales para quienes la vida era un tormento, y cuyos cerebros eran incapaces de concebir las verdaderas causa de aquel “profundo malestar social” tenían que ver con odio a los hombres del Gobierno y considerar como “redentores” a quienes les hacían promesa de bienestar.”

En el seno de este profundo malestar social, bajo la acción hegemónica de caudillos, que fundamentados en su poder regional, imponían su férula para el manejo del país como hacienda propia, se fue incubando el descontento que desembocaría en las luchas campesinas de 1846, y posteriormente en la Guerra Federal o Guerra Larga. La acción política desmedida en el ejercicio del mando por parte de un caudillo conllevaba a la acción conjunta de otros, para la búsqueda de su desplazamiento, y que fue el fermento para nuestras guerras civiles y distintos enfrentamientos con hondas repercusiones en las regiones, las cuales dejaron sentir su acción con mayor grado en la vasta hecatombe que fue la Guerra Federal.

La Federación

La Federación es el resultado inevitable de la pugna caudillesca en torno a la organización política del país según las concepciones de centralismo o federación, que desde los días aurorales de la independencia dejaron sentir sus improntas en el debate político. El máximo caudillo de este vasto movimiento fue sin duda Ezequiel Zamora. Las banderas esgrimidas en esta Revolución eran: liquidación del latifundio y transformación del régimen de propiedad territorial existente, igualdad entre los hombres; reparto de tierras entre los campesinos; abolición de los privilegios de clases. Es común afirmar que la muerte repentina de Zamora cambió el curso de los acontecimientos que él esperaba condujeran a un nuevo orden económico-social. Continuaron las operaciones militares dirigidas ahora por Falcón, y mientras la crisis se mantenía y decaía el régimen de Páez, la tregua era negociada por Guzmán Blanco en condiciones que no eran favorables para los postulados de la Federación y que condujo al Convenio de Coche de abril de 1863, con el cual finalizaban las operaciones militares de la Federación.

En la Convención Nacional de Valencia, instalada el 5 de julio de 1858, prolegómeno del proceso de la Guerra Larga, la voz cantante por Cumaná la representan Estanislao Rendón y José Silverio González, ambos federalistas convencidos y destacados oradores; después de clausurada sus sesiones, estalla la guerra federal, el 20 de febrero de 1859. En la parte militar, en las acciones regionales desarrolladas por pueblos y aldeas, sobresalieron José Eusebio y Saturo Acosta, carupaneros, y Pedro Elías Rojas, Cumanés. Fueron muchas las acciones militares realizadas, donde pueblos y ciudades sufrieron el rigor de los combates, al ser tomados o abandonados por las fuerzas federales o por las gubernamentales, dejando los contendientes testimonios de valor y bravura en toda la larga y violenta contienda.

Finalizada la guerra federal, el mayor beneficiario Antonio Guzmán Blanco comienza su hegemónico proceso gubernamental, que bajo el cognomento de “autócrata civilizador” lo proyecta en nuestra historia como realizador de una significativa obra de reconstrucción sociopolítica. Con los altibajos propios de una larga acción gubernamental conduce al país en sus períodos conocidos como el septenio, quinquenio, y la aclamación, y apoyando el gobierno de hombres de su confianza en lo que se llamó el guzmancismo, y ya en su decadencia, sustituido este por el surgimiento de otro poderoso proceso político que configuró lo que se llamó la hegemonía andina, con Castro y Gómez a la cabeza, con lo que se cierra el ciclo histórico de las luchas caudillistas, ante el avance de la figura omnímoda de Juan Vicente Gómez, y se configura el gomecismo, con lo que ya en el siglo XX Venezuela entra en la contemporaneidad de la época petrolera.

La Época Contemporánea: Las luchas antigomecistas

El aparecimiento del petróleo y su explotación por compañías extranjeras señalan la impronta del capitalismo en el país, con lo que se comienza una época donde el descontento con el régimen es la nota dominante, y el inicio de las luchas contra Gómez. Con mano dura Gómez ahoga las protestas. La cárcel, el exilio, el asesinato son los procedimientos que el gobierno aplica a sus detractores y opositores.

En Sucre, y su capital, Cumaná, las luchas antigomecistas no se hacen esperar, y durante todo el período gomecista la efervescencia política se manifestó con luchas desiguales, ante la terrible opresión y represión ejercida por el gobierno.


No fue Cumaná ni la región sucrense ajena al sentir de otras regiones venezolanas. Sus luchas históricas y tradicionales, su proceso económico de tierra agrícola y pesquera, el morbo de la política siempre presente en sus habitantes hicieron obligante su presencia en la corriente de acontecimientos que iban conformando los comienzos de nuestra contemporaneidad.

En su obra “Gómez en Sucre”, el historiador José Ramírez Medina ofrece los pormenores de la oposición a Gómez en tierras del Gran Mariscal. Recoge sistemáticamente los hechos fundamentales de esa oposición, donde hacendados y labriegos, artesanos y obreros, comerciantes y pescadores, generales y caudillos, intelectuales y doctores, preocupados del devenir de Venezuela, al igual que en otras regiones hicieron sentir su descontento y sufrieron los rigores del régimen y muchos pagaron con la muerte su osadía.

La expresión del descontento se manifestó en muchos hechos, que a veces apenas fueron percibidos, pero que quedaron en la memoria de los pueblos: el alzamiento de poco alcance del pequeño hacendado, inscrito en la tradición de nuestros caudillos, el obrero que aspiraba a la organización sindical y balbuceaba sus luchas representadas en las primeras huelgas con profundos visos políticos, las iniciales protestas estudiantiles que presagiaban toda una poderosa corriente de acción para la política venezolana contemporánea, el comerciante, que manifestaba su desacuerdo ante las trabas gubernamentales que afectaban el normal desenvolvimiento de su actividad comercial. Fueron acontecimientos de índole y alcance regional, pero tramados a la gran corriente de oposición al último gran caudillo militar y político de nuestra historia.

Pero al lado de estos significativos acontecimientos, se inscribe el gran acontecimiento de la invasión armada del Falke, por Cumaná, el 11 de agosto de 1929, acción protagonizada por el general Román Delgado Chalbaud, y que enfrentada por las tropas gubernamentales, al mando del general Emilio Fernández, Presidente del Estado, escenificaron en los alrededores del Puente Guzmán Blanco, final de la calle larga, de Cumaná, una sangrienta confrontación en la que perdieron la vida los dos comandantes de las fuerzas en lucha. Hecho ampliamente historiado, con él termina la más significativa acción bélica contra el gobierno de Gómez, y comienza éste un relativo tranquilo proceso gubernamental, sin desaparecer, desde luego, la oposición a su gobierno, y su respectiva represión, hasta su reposada muerte en su lecho de enfermo, el 17 de diciembre de 1935.

La Presencia de los Partidos Políticos Contemporáneos

Tras la muerte de Gómez comienza un profundo proceso sociopolítico sobre la base de la participación política de las masas, organizadas en partidos políticos. Estas modernas agrupaciones condujeron una acción política de alcance nacional con la participación de las masas en su condición de militantes y simpatizantes de tales organizaciones. Su acción con carácter hegemónico condujo a la conformación histórica del Partidismo, donde el partido político permeaba todo el entero cuerpo social y la dinámica colectiva de la vida nacional.

Por su alcance a lo largo y ancho del territorio y por el volumen de sus militantes y simpatizantes, el histórico partido Acción Democrática llegó a capitalizar la actividad política como el principal y poderoso instrumento que fundamentaba su acción en una férrea y cabal organización, cuya acción se hacía sentir al través del todo social, con un poderoso movimiento de masas, dentro del esquema de la democracia representativa.

En el transcurso del tiempo, al igual que otras regiones y ciudades, Cumaná llegó a ser singular bastión del partido Acción Democrática, con la particularidad de que su histórica rivalidad con Carúpano, hizo que el poderío del partido en la región lo llevara a establecer dos Comités Ejecutivo Seccional, uno en Carúpano, y el otro en Cumaná; único Estado del país con tal particularidad, y fiel expresión de la hegemonía ejercida por el partido en la región, en el largo período de su dominación.

El desgaste de la larga acción omnímoda de los partidos dominantes, donde hizo su nefasta presencia en el ejercicio del poder procedimientos reñidos con la moral y honradez, caracterizados por la corrupción y el manejo manirroto de los fondos públicos, condujo al descontento de sus huestes y al debilitamiento de sus fuerzas políticas dando al traste con el llamado régimen de la democracia representativa, y abriendo paso a otras posibilidades para el país.

En Cumaná, y Sucre, el descontento expresado por vía electoral, llevó a la elección del dirigente masista Ramón Martínez, como gobernador en 1992, ocasionando fuertes fricciones en el ambiente político ante la negativa de la cúpula dirigente de Acción Democrática a la entrega del poder regional al nuevo gobernador. A pesar de ser avalada la elección por la Junta Electoral, la confrontación generó una explosiva situación en la ciudad en la segunda semana de enero de 1993, pero que afortunadamente no condujo a lamentables acciones bélicas. Y el proceso de la democracia representativa continuó su desgaste hasta la victoria electoral en 1999, de Hugo Chávez Fría, líder del fallido golpe de estado del 4 de febrero de 1992. Con lo que se da inicio al proceso de la Revolución Bolivariana, hoy en marcha.

Cumaná, ahora identificada mayormente con el proceso revolucionario bolivariano, al igual que todo el país está sumida en los pormenores planteados por la controversia de chavismo y antichavismo, de cuya evolución y desenlace no podemos aventurar sino conjeturas. Con el tiempo se irán configurando nuevos acontecimientos y se incorporarán según su suceder, para conformar el proceso histórico venidero.

Artículo del Prof. Gilberto López 💚
Que en vida fuese Vice Presidente de la 
Academia de la Geo Historia del Estado Sucre

(con citas y comentarios)

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