por: Juan Antonio Perffetti Valdiviezo
A mis compañeros de Promoción, vivos o extintos.
IN MEMORIAM de todos los profesores y profesoras que en los dos últimos años de nuestra Educación Normal (1953-1955) en la Normal “Pedro Arnal” de Cumaná, contribuyeron a nuestra formaron como “maestros de escuela”, especialmente a Angélica Martínez de Franco, a quien siempre he considerado como mi “Madre Profesional”.
Este mes de julio de 2025 ya es prisionero de los estertores que indican su tránsito a un agosto de vacaciones. Padres, familiares y amigos felicitan y se felicitan por la hazaña que significa que niños, adolescentes y jóvenes, terminen con felicidad sus cursos escolares, más aún si se trata de la obtención de certificado de culminación de ciclo, nivel o carrera. Uno también se alegra y saluda a quienes obtuvieron semejantes éxitos. No obstante, uno, además, se siente prisionero de la nostalgia. No es para menos, pues en otro julio de tiempo atrás uno también sintió algo así. Fue en julio de 1955, en la Cumaná de mi amor eterno. Concretamente, de la Escuela Normal “Pedro Arnal” egresaba la Promoción “Luis Ezpelosín”, la promoción de uno, que ya alcanza los SETENTA AÑOS, suficientes para imaginar que todos los graduados de entonces, que aún somos retenidos por la vida, ya hemos sido relevados de esa hermosa tarea que escogimos para contribuir al forjamiento de la patria a través de la formación de sus niños y jóvenes. Por este motivo, quiere uno, en esta oportunidad, regalarse de nuevo algunos acápites de un libro que uno escribió y se regaló a sí mismo hace algunos años: “Hormigas de la misma cueva. Retablo de una Promoción de Maestros”. Es que uno quiere aliviar la nostalgia confundiéndola con el recuerdo. Todo esto que sigue ha sido extraído de ese libro.
SIN TOGA NI BIRRETE
La colación de grado de uno se produjo en el marco de un acto sencillo, revestido de una gran solemnidad, con la presencia de familiares, amigos y allegados que llenaron el auditórium de la Normal. Felizmente, el consumismo y el afán por el boato aún no invadían los predios de la culminación de determinados niveles de estudio, como ahora ocurre, que hasta las promociones del Preescolar, son atosigadas de anillos, togas, birretes, pergaminos enfundados en largos tubos protectores y fotografías para escoger. La de uno fue una graduación que sólo exigió a los muchachos un traje azul oscuro y a las muchachas el uniforme de gala, el cual consistía en falda y chaleco azul oscuro y cota beige.
Previo al acto de graduación, el 26 de julio de 1955, en los pasillos de la Normal, durante una misa de campaña oficiada por Monseñor José Antonio Ramírez Salaverría, fueron bendecidos y colocados en las manos de uno, los anillos de oro de 18 quilates que tenía por arriba incrustación de piedra amatista, a un costado, en alto relieve, el escudo de la Normal y por adentro el nombre de uno.
Por la noche fue el Acto Solemne. Miguel Bennazar Camargo organizó, por orden alfabético, las filas de hembras y varones, que hicieron su entrada al auditórium bajo los aplausos de los asistentes. El Presídium estuvo integrado por Luis Fermín y Josefina Chópite, Director y Subdirectora de la Normal, Miguel Ángel Pérez, en representación del Despacho de Educación, Alipio Niño Somaza, Superintendente de la V Superintendencia de Educación y José Ortiz Fariñas, Supervisor del Distrito Escolar con sede en Cumaná. La Banda Oficial del Estado entonó los himnos Nacional y del Estado Sucre, y los profesores Luis Fermín y Miguel Ángel Pérez pronunciaron elocuentes palabras referidas a la naturaleza del acto.
Aparte del momento cumbre de uno recibir el título de “Maestro de Educación Primaria Urbana”, que el 25 de julio de 1955, justo el día anterior al del acto de graduación, aprobara el Consejo Técnico de Educación, traídos desde Caracas por el representante ministerial, lo que más lo impactó a uno fueron las palabras con las cuales Juan Celestino Mago Gutiérrez, en nombre de los graduandos, agradeció a la Normal, a los profesores y a los familiares de uno el concurso y todos los esfuerzos que hicieron posible coronar esta aspiración de grado. Igualmente, Maguito señaló, con fraternal entusiasmo, el espíritu gregario de la Promoción, la cordialidad, la camaradería y la contracción al estudio que caracterizó durante dos años escolares la vida de uno en el viejo lar de la Pedro Arnal.
Terminado el Acto Solemne de Graduación, con la misma emoción del verso de Andrés Eloy, graduandos, ductores, padres, familiares, amigos y allegados irrumpieron colectivamente con “…las manos que se buscan con la efusión unánime /de ser hormigas de la misma cueva”.
Después vino el resto de la noche. En las casas de algunos compañeros residentes en Cumaná hubo celebración íntima. El Bar Sport acogió a otros. El acto festivo para celebrar colectivamente no pudo ser, pues, desde el mismo momento de formar las filas para entrar al auditorium, la aflicción, inesperada, invadió a los graduandos: se conoció la infausta noticia de la muerte trágica del padre de Máximo Edmundo Monasterios Malavé, compañero de uno. Además, sin percatarnos, Paulita Ordosgoitti se había ausentado. Tiempo después uno supo que, también, su padre, había fallecido aquel día.
El camino de la formación sistemática de uno había llegado a su fin. Por delante se abría un nuevo camino lleno de rumbos y derroteros sospechados e insospechados, por donde se habría que transitar para consolidar la formación del “maestro de escuela”. Era el ejercicio profesional, en el cual se ponen de manifiesto vivas contradicciones entre lo que uno aprendió a ser y lo que uno está obligado a ser, donde la solidaridad estudiantil consolidada en la Normal, se topa con el individualismo inmisericorde y reticente. Es así como uno llega a la conclusión de que la abuela Martina Lyon de Valdiviezo, tenía razón en recomendarle a uno, palabras que posiblemente ella escuchó de alguien: “Tu peor enemigo es el de tu propio arte”.
LA DIÁSPORA
Cuando uno se graduó, al menos en Cumaná, no tenía que asistir a la Superintendencia ni al Distrito Escolar a hacer antesala ni colas para buscar colocación. Mediante telegrama, uno era llamado a comparecer ante la oficina correspondiente para ser informado acerca de la plaza que le ofrecían, la cual, por algo así como que “por razones de disciplina”, uno aceptaba y pasaba a firmar los recaudos pertinentes que eran llenados a máquina de escribir, por las secretarias de la oficina. Esos recaudos eran: la Proposición de Nombramiento, la Cédula de Contraloría y el Acta de Toma de Posesión. A los dos primeros se le colocaba una fotografía de uno tomada de frente y tamaño carnet, las cuales suministraba uno mismo.
La Cédula de Contraloría era el instrumento válido, existente para la época, que permitía el control de los funcionarios públicos por parte de la Contraloría General de la Nación, no obstante que ya la Cédula de Identidad comenzaba a ser asequible en las ciudades importantes del país y que, una vez graduado, uno estaba en la obligación de obtenerla en la Oficina correspondiente. En la oficina cumanesa, Nerio Labrador, compañero de pensión de Aurelio Velásquez, atendía muy solícito a los recién graduados maestros de escuela.
Después de la graduación, cada cual volvió a sus lugares de origen. A través de los diferentes distritos escolares de la región oriental, unos fueron empleados por la V Superintendencia Regional de Educación, o lo que es lo mismo, por el Ministerio de Educación, mientras que otros fueron absorbidos por la educación estadal o municipal o algunas empresas que mantenían planteles educativos. De esta manera, comenzaba la diáspora de la Promoción de Maestros Luis Espeluzan de la Normal Pedro Arnal.
Uno recuerda que Aurelio Velásquez fue a parar al Grupo Escolar Francisco Javier Yánez de San Antonio de Maturín, Luis Beltrán Valerio y Maritza Rada a los predios de El Tigre, Juan Celestino Mago y Julián Millán a Río Caribe, Omaira Ortiz y Juan Perffetti a Las Piedras de Cocollar, Adelfa Flores a Tunapuy, Inés Grau y Paula Ordosgoitti a Santa Inés en Anzoátegui, Juan Castillo Toledo a Aragua de Maturín, Carmen Cecilia Maza, Teolinda Montaner, Aída Loaiza Carmona y Berthalina Espinoza a Maturín, Luis Porfirio Mayz y Pablo Ramón Díaz a Caripito, José Luis Reyes Torres a Punta de Mata, José Francisco Bermúdez a Caicara de Maturín, Carmen Martínez y Eira Zerpa a Caripe, Josefina Araguainamo, Pedro Rafael Moreno y Martina Figueras a la conurbación Barcelona-Guanta-Puerto La Cruz, Reina Lyón, María Josefina Stredel, Carmen María Rodríguez, María España y Mercedes Villarroel se quedaron en Carúpano; Ángel Ávila, Carmen Susana López, Asiscla Rodríguez, Isabel Lárez, Carmen Teresa López, Aída Raquel Rodríguez y Luis Beltrán Rodríguez se quedaron en Margarita; Isaura Boada, Fredesvinda Bermúdez, Lila López, Zuleima Marín, Mercedes Márquez, Abigail Mejías, Rosa Beatriz Vásquez y Rebeca Mejías se quedaron en Cumaná.
Así comenzó la desbandada de los compañeros de dos años de ilusiones y esperanzas. El paso inexorable del tiempo nos reuniría de nuevo veinticinco años más tarde para celebrar las Bodas de Plata profesionales.
Esas Bodas de Plata se convirtieron en una suerte de rendición de cuentas de lo que habíamos hecho, de aquí que dijéramos entonces:
“Hace un cuarto de siglo, salíamos de las aulas de la Escuela Normal Pedro Arnal. Éramos, entonces, sesenta y seis promesas para construir patria a través de los polvorientos caminos de una Venezuela tiranizada y preterida. He aquí que hoy, después de veinticinco años de duro batallar, volvemos de nuevo al sitio de partida, a una suerte de rendición de cuentas respecto al compromiso contraído. La alforja que ayer salía de aquí llena de esperanzas y de ilusiones, hoy regresa pletórica de misiones cumplidas y anhelos satisfechos. Quienes han seguido nuestros pasos, no pueden juzgarnos de otro modo y quienes revisen nuestras hojas de servicio, constatarán que no hemos defraudado las promesas de ayer, pues HEMOS CUMPLIDO…”
Alberto Yegres Mago, condiscípulo de uno en la Normal, en el Prólogo de este libro del cual hemos extraído los párrafos precedentes, dice lo que sigue:
“Leer el libro Hormigas de la misma cueva de Juan Perffetti, es como haber desandado un largo camino para encontrarse nuevamente con la vitalidad juvenil que creíamos distante o perdida. Volver a todas esas cosas que nos han sido tan gratas en la vida -el hogar, el pueblo lejano, la ciudad que nos abrigó cuando comenzamos a transitar los primeros peldaños de la educación formal, los amigos, los maestros y profesores que fueron nuestros guías cuando visualizábamos los inciertos horizontes del porvenir-, es vivir de verdad. Eso sentí cuando leí este libro de relatos escrito por alguien que retorna a los lugares y a las personas que le fueron tan amados. No es un derrotado quien regresa. Viene a contarnos que ha cumplido la misión encomendada, su misión, la que se forjó en su adolescencia. Así lo expresó en palabras que no se ponen en duda: “Quienes han seguido nuestros pasos, no pueden juzgarnos de otro modo y quienes revisen nuestras hojas de servicio, constatarán que no hemos defraudado la promesa de ayer, pues hemos cumplido». En esas palabras suyas quedó plasmado el testimonio de su mundo, la visión de un destino compartido, como si con ello reconociera que debemos ir juntos como hormigas de la misma cueva al encuentro con Venezuela, esperanzados en su gran destino, «de un destino sin término que salga de la tierra y de los hombres”.
Junta Directiva del Centro de Estudios Artísticos “José Ángel Lamas” de la Escuela Normal “Pedro Arnal” de Cumaná. De izquierda a derecha los alumnos: Juan Perffetti, Jesús López Inserny, Zuleima Morales, Pero Rincones, Máximo Monasterios, Nena Villarroel y Pedro Elías Boada y el Profesor Asesor Julio César Martus.
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