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Dibujado por @omarcruzarte |
Mi familia vivía en la antigua casa de La Luneta. Mis padres eran el coronel de milicias Vicente Sucre y doña María Manuela de Alcalá. Ese mismo año de mi nacimiento, en la lejana provincia de Coro, estalló una sublevación de esclavos negros y de pardos. No fue casualidad: por todas partes se hablaba ya de revoluciones, de libertad, de cambios.
Me crié en ese entorno, entre los fuertes de San Antonio de la Eminencia y Santa María de la Cabeza, justo detrás del templo de Santa Inés. Desde lo alto de nuestra casa podía ver el mar y buena parte de la ciudad. Mis primeros amigos fueron los hijos de los oficiales y soldados de las guarniciones cercanas, y también los hijos de las familias acomodadas que vivían cerca de la iglesia.
Cuando tenía apenas dos años, un gran terremoto destruyó buena parte de Cumaná. Mi infancia temblaba, literalmente, por las fuerzas de la naturaleza y también por los grandes cambios que se avecinaban. En mi casa, como en muchas de las grandes familias de entonces, los varones éramos preparados desde pequeños para alguna carrera útil, y mi padre me encaminó al servicio militar, como él, mis abuelos y muchos de mis antepasados.
Perdí a mi madre cuando tenía siete años, y mi padre se volvió a casar con su prima, Narcisa Márquez Alcalá. Me fui entonces a vivir con mi tío José Manuel de Sucre. Como era costumbre en nuestra familia, antes de los ocho años ya me habían inscrito como cadete en la guarnición militar. Así, a los doce años, podría ser formalmente nombrado cadete de los Nobles Húsares del Rey, con sueldo y antigüedad (ese era el plan). Mis primeros estudios los hice en los cuarteles cercanos a casa, y el resto de mi formación fue completado con tutores particulares.
En 1808, mi familia decidió enviarme a Caracas para continuar mis estudios en la academia del coronel Tomás Mires, un español con ideas liberales. Me alojé en casa de mi padrino y tío, el sacerdote Antonio Patricio de Alcalá. Tenía solo trece años, y fue la primera vez que me separaba de mi familia y de mi Cumaná. Allí, en Caracas, empecé a ver de cerca los acontecimientos que cambiarían la historia de nuestra patria.
Regresé a Cumaná en 1810, con apenas quince años, y ya servía como subteniente de las Milicias Regladas de Infantería. A los dieciséis volví a Caracas, decidido a unirme de lleno al movimiento emancipador. El generalísimo Francisco de Miranda, con su experiencia en la Revolución Francesa, había sido llamado a comandar nuestras fuerzas. Tuve el honor de formarme bajo sus órdenes: fue uno de mis grandes maestros. En 1812, me puse al servicio del general Santiago Mariño y, junto a otros oficiales, participamos en la liberación del Oriente venezolano en 1813, ingresando por Chacachacare. Desde entonces, pasé a formar parte del grupo de republicanos que la historia recuerda como los «Libertadores de Oriente».
Todo eso —y más— lo viví desde muy joven, con compromiso, con fidelidad, con amor a la patria. Aún me esperaba otro destino: servir a toda América bajo las órdenes del Libertador Simón Bolívar, quien me permitió comandar las operaciones. En el campo inmortal de Ayacucho, sellamos la independencia de la América del Sur (la Patria Grande). Por esa victoria fui honrado con el título de Gran Mariscal de Ayacucho. Junto con El Libertador creamos la República de Bolivia, de la cual fui su primer presidente. Sin embargo, sucumbí a la traición: una bala asesina segó mi vida a los 35 años, en Berruecos, en las montañas de Pasto, al sur de Colombia. Entregué todo por mi patria y por la patria grande americana. Te invito a tomar el relevo con firmeza, y continuar la tarea de fortalecer y engrandecer a nuestra patria.
por: Rommel Contreras