viernes, 26 de septiembre de 2025

El Enigma de la Muerte de Antonio Ricaurte: Del Mito Heroico a la Cruda Realidad

La figura de Antonio Ricaurte, el Capitán que supuestamente se inmoló en la hacienda San Mateo en 1814 para evitar que un depósito de pólvora cayera en manos enemigas, es uno de los mitos fundacionales más poderosos de la independencia suramericana. Esta narrativa, promovida por el propio Simón Bolívar en un boletín de guerra poco después del suceso, ha perdurado por más de dos siglos como un epítome del heroísmo patriota. Sin embargo, la veracidad de este relato épico se ve desafiada por una fuente histórica polémica: el Diario de Bucaramanga, atribuido a Louis Perú de la Croix, que registra una supuesta confesión de Bolívar catorce años después, sugiriendo una verdad mucho menos gloriosa.

Las Dos Versiones de la Historia

La controversia se cimienta en la colisión de dos narrativas distintas, separadas por el tiempo y el contexto:
La Narrativa Oficial (1814): Apenas tres días después de la batalla, Bolívar redactó un boletín de guerra donde glorificaba la muerte de Ricaurte. Según este documento, Ricaurte prendió fuego a la santabárbara y voló con ella, un acto de sacrificio que tenía un propósito claro: levantar la moral de las tropas patriotas en un momento de gran adversidad. Esta versión, creada en la inmediatez de la batalla, sirvió como una poderosa herramienta de propaganda.
La Narrativa del Diario (1828): Mucho tiempo después, un Bolívar supuestamente desencantado y amargado le confiesa a su edecán, Perú de la Croix, una historia muy diferente. En esta versión, la muerte de Ricaurte fue un accidente o una baja en combate ("murió de un balazo y un lanzazo"), y su cuerpo fue hallado por el propio Bolívar tendido boca abajo, con las espaldas quemadas por el sol y abandonado. Esta cruda anécdota desmantela el mito y presenta una muerte común en el contexto de la guerra, desprovista de cualquier heroísmo.
Análisis Crítico: Inconsistencias y Contradicciones

Ambos documentos concuerdan en que la versión del Diario de Bucaramanga es, en el mejor de los casos, una distorsión de la realidad. Al someter el relato a un análisis crítico, se revelan serias inconsistencias que minan su credibilidad. La lógica militar y el contexto de la época plantean objeciones insuperables a la anécdota del "hallazgo del cuerpo":

El Protocolo Militar y el Honor: Es inconcebible que Simón Bolívar, un líder que comprendía la importancia del simbolismo y el protocolo, dejara el cuerpo de un oficial distinguido como Ricaurte abandonado en el campo. Las costumbres de la época dictaban que los cuerpos de los oficiales caídos debían ser recuperados y sepultados con honores militares, incluso en medio del caos. Abandonar a un oficial de ese rango sería una afrenta al honor y un golpe devastador para la moral del ejército.

La Imposibilidad de un Hallazgo Solitario: Bolívar nunca se movía solo en el campo de batalla. Siempre estaba rodeado por su estado mayor, edecanes y una escolta. Un evento tan dramático y significativo como el descubrimiento del cuerpo de un oficial tan importante habría sido presenciado por múltiples testigos. El hecho de que no exista ni un solo testimonio de otra fuente que corrobore la versión de un "hallazgo solitario" es una evidencia abrumadora de que la anécdota probablemente no ocurrió de la manera descrita.

La Fragilidad de la Memoria: El relato del Diario fue registrado catorce años después de los hechos. Es altamente probable que la memoria de Bolívar, tras innumerables batallas y muertes, se hubiera distorsionado. Pudo haber confundido a Ricaurte con otro oficial caído en combate, o Perú de la Croix, al transcribir sus notas, pudo haber asociado erróneamente la anécdota de otro soldado con el nombre de Ricaurte, el más famoso.

Hipótesis y Conclusiones: ¿Por Qué la Versión del Diario?
Si la versión del Diario es tan inconsistente, ¿cómo llegó a registrarse? Los análisis de ambos textos sugieren varias posibilidades:
Error de Memoria o Transcripción: Esta es la hipótesis más probable. La memoria es falible, y es plausible que Bolívar o Perú de la Croix, años después, hayan confundido los detalles. La frase "las espaldas quemadas por el sol" podría ser un detalle inventado para añadir dramatismo o una descripción real del cuerpo de otro soldado, pero atribuida erróneamente a Ricaurte.
Motivación Personal de Bolívar: El Bolívar de 1828 era un hombre amargado y desencantado. La Gran Colombia se desmoronaba y él se sentía traicionado. La anécdota de Ricaurte podría haber sido su forma de expresar un cinismo profundo hacia los mitos que él mismo había ayudado a crear, desmitificando el heroísmo para reflejar su propia desilusión.
Sensacionalismo de Perú de la Croix: Es posible que el autor del diario haya exagerado o incluso fabricado la anécdota para darle más valor a su obra. Revelar una "verdad oculta" sobre un héroe nacional le daría a su diario una importancia y un atractivo únicos.

En conclusión, la historia de la inmolación de Antonio Ricaurte, aunque quizás no sea literalmente cierta en cada detalle, ha perdurado por su inmenso valor simbólico y su capacidad para inspirar. El análisis de las fuentes demuestra que la versión del Diario de Bucaramanga es contextualmente insostenible y carece de cualquier corroboración externa. El verdadero valor de esta controversia no es develar la "verdadera" muerte de Ricaurte, sino lo que nos enseña sobre la naturaleza de la historia misma: un proceso complejo donde los hechos se entrelazan con la memoria, la interpretación y el simbolismo. Al final, la historia de Ricaurte es tanto la del hecho probable de un oficial valiente que murió defendiendo su puesto, como la del mito fundacional que una nación en ciernes necesitaba para forjar su identidad.

por: Capitán de Corbeta José M. Herrera G.

martes, 16 de septiembre de 2025

El látigo contra la cumanesa Leonor de la Guerra

Entre lo mucho que heredamos de los españoles —lo bueno y lo malo— estuvo el castigo del látigo. Usado indiscriminadamente contra los esclavos (negros e indígenas), tanto en el período de la conquista como en el de la colonia, luego se convirtió en forma de pena judicial corporal contra los enemigos de la corona. De alguna manera sobrevivió en las escuelas, donde permaneció hasta finales del siglo XX.

Se dice que responde al refrán español: «la letra con sangre entra». Muchos adultos mayores todavía se jactan de haber recibido de sus maestros y padres azotes, correazos y palmetazos.

En los siglos XVIII y XIX, sin embargo, el castigo del látigo fue solo una de las muchas torturas con que España y sus representantes sometieron a la América.

Tras el paso destructor de Boves y la derrota sufrida por el valeroso general Manuel Carlos Piar el 16 de octubre de 1814 en la sabana de El Salado, defendiendo a Cumaná, los realistas retomaron temporalmente el control de la ciudad. La llegada de la flota del mariscal Pablo Morillo, el 4 de abril de 1815, les permitió recuperar casi por completo el dominio de todo Oriente, en la provincia de Nueva Andalucía o Cumaná.

A consecuencia de los miles de expedicionarios traídos por el mal llamado “pacificador”, Cumaná quedó bajo la jefatura militar española. Morillo entró en la ciudad con sus tropas el 23 de febrero de 1815, y los realistas se mantuvieron allí durante todo ese año. Dejó como gobernador al brigadier Tomás de Cires, quien a mediados de 1816 debió salir de Cumaná para contener a Bolívar, que había partido desde los Cayos de San Luis (Haití). Luego de arribar a Margarita el 3 de mayo, una asamblea encabezada por el general Juan Bautista Arismendi ratificó los poderes especiales conferidos a Bolívar en Los Cayos.

La asamblea, celebrada en la Villa del Norte de Margarita el 6 de mayo de 1816, proclamó a Bolívar como «Jefe Supremo de la República de Venezuela», declaró que en lo sucesivo la república sería «una e indivisible» y desconoció la división previa de Oriente y Occidente. Arismendi entregó su bastón en señal de obediencia.

A comienzos de julio de 1816, Bolívar ingresó a Tierra Firme con el propósito de conquistar la libertad. Invadió y tomó la ciudad de Carúpano, lo que obligó a la guarnición española a retirarse casi sin pelear hacia Casanay. En esa oportunidad, el Libertador decretó el 2 de junio la libertad de los esclavos de Carúpano mediante una proclama; pero les obliga a participar en la guerra.

El coronel de caballería Juan de Aldama asumió el mando interino de Cumaná en ausencia del gobernador titular. Fiel ejecutor del cruento castigo del látigo, Aldama magnificó esa práctica cuando se ensañó contra una joven cumanesa, menor de 30 años, casada y con una hija.

El 1 de junio de 1816, Aldama observó a una joven mujer, asomada a la ventana de su residencia, que llevaba entrelazada en su peinado una cinta azul celeste, uno de los símbolos acordados por los patriotas del oriente de Venezuela. El hecho de que una mujer perteneciente a una de las más respetadas familias de Cumaná expresara abiertamente su adhesión a la causa independentista fue intolerable para Aldama, quien ordenó su arresto inmediato. Ya corrían en la ciudad versos populares urticantes contra Morillo:

«¡Que viva la Patria, que muera Morillo!»

La joven era Leonor de la Guerra Vega y Ramírez, casada con José Tinedo, madre de Francisca Antonia e hija de Luis Beltrán de la Guerra y Vega y de Rosa Ramírez Valderrín. Aldama consideró inadmisible que un miembro de tan afamada familia abrazara la causa patriota, en momentos en que los realistas sufrían derrotas, Bolívar preparaba la invasión, Arismendi consolidaba Margarita y las guerrillas patriotas actuaban por todo el oriente.

En un juicio sumario, Aldama la condenó a ser:

Sacada por las calles montada en un burro enjalmado y recibir públicamente doscientos azotes por su insurgencia.

Leonor de la Guerra, ilustración del libro
 de Arquímedes Román: Heroínas.

La sentencia se ejecutó de inmediato. Leonor fue sometida a la tortura del látigo y al escarnio público. Escoltada por diez soldados, fue paseada por el centro de Cumaná de comienzos del siglo XIX. En cada esquina, frente a las casas de sus familiares, se le exigía revelar los nombres de otros patriotas para cesar y conmutar el castigo. Ella respondía con gritos:

«¡Viva la Patria, mueran los tiranos!»

Este hecho anticipaba la brutalidad de Aldama, que se confirmaría en los crímenes de abril de 1817: el 5, en la invasión de Barcelona, y el 7, en la sangrienta toma de la Casa Fuerte. En julio de ese mismo año participó en la batalla de Matasiete bajo las órdenes de Morillo. Su ensañamiento contra prisioneros y civiles en todas esas batallas dejó recuerdos que aún angustian.

Por estos y otros “méritos” en los llanos de Venezuela, Juan de Aldama fue ascendido a brigadier del ejército español el 2 de mayo de 1818. Enfermo por el clima tropical, se retiró a Maracay en 1819. A fines de ese año, Morillo lo envió de regreso a España «por tibieza e incompetencia». En la comunicación enviada al Secretario de Guerra el 1 de diciembre, Morillo justificó la remisión de Aldama por sus innumerables actos de crueldad en perjuicio de personas en Cumaná y otras localidades. Allí señaló:

Que Aldama impuso el castigo de emplumar y sacar a la vergüenza a una señora por las calles de Cumaná.

Leonor de la Guerra fue untada con miel, emplumada, montada en un burro, y con la espalda desnuda paseada por la ciudad, recibiendo doscientos azotes. Custodiada por soldados y en medio del silencio de la ciudad dominada por Aldama, soportó con dignidad el suplicio.

De ello fueron testigos los habitantes de Cumaná y también extranjeros, entre ellos —según Arístides Rojas— el capitán inglés Hardy, del buque Mermaid, quien en su diario anotó:
«Cumaná: 12 de junio de 1816. He aquí el hecho bárbaro de que acabo de ser testigo. Una señora perteneciente a lo más respetable de las familias de Cumaná, por haber hablado contra el gobierno español y en pro del partido patriota, fue colocada sobre un asno y paseada por las calles, seguida de una guardia de diez soldados. En la esquina de cada cuadra y frente a las casas de los parientes más cercanos de la víctima recibía ésta cierto número de azotes sobre la espalda desnuda, disponiendo el mandato que debía llegar a doscientos el número de aquéllos. La pobre víctima que llevaba los ojos vendados soportaba tan inhumano tratamiento con admirable valor. Sus gritos me parecieron débiles, pero a pesar del pañuelo con el cual ella se cubría el rostro, pude ver las abundantes lágrimas que corrían por sus ojos. No presencié sino los primeros doce latigazos... Algunos de mis soldados que estaban a la orilla del mar, vieron ejecutar la sentencia por completo: mi sensibilidad había sido muy herida para que yo pudiera dejarme vencer por la curiosidad. Por informes particulares que tuve, dos días después, acerca de la suerte de la desgraciada, supe que ésta había rehusado toda especie de alimento y de asistencia médica, y días más tarde se me dijo que había muerto, y que su modestia y gran delicadeza le habían impedido sobrevivir al castigo con que habían querido humillarla.»
Cuando culminó la atrocidad, Leonor fue devuelta a su casa. Maltratada en cuerpo y en honor, decidió inmolarse en protesta: dejó de comer, rechazó asistencia médica y días más tarde murió. Su sacrificio fue la máxima expresión de su lucha por la libertad de la Patria.

por: Rommel Contreras

miércoles, 13 de agosto de 2025

Páez, prisionero en el Castillo de San Antonio de Cumaná

Me alegra recibir visita, aunque sea por breves minutos. No suelo ver rostros tan juveniles desde que llegué aquí, traído con cadenas por los mismos a quienes ayudé a encaramarse en el gobierno. En estos ocho meses, apenas han permitido la visita de mi hija y la de mi esposa, Dominga Ortiz. Dicen que fui insurrecto por alzarme contra Monagas, pero ¿qué otra cosa podía hacer contra un hombre que, habiendo ocupado la presidencia, se alejó de sus afectos y de las ideas que le eran comunes? Me llaman traidor los mismos que ayer coreaban mi nombre en los campos de Carabobo.

Esta celda huele a sal y encierro. Solo entra la brisa marina por una rendija allá abajo, en la puerta. Me agacho para recibir ese hilo de aire, como si por él llegara una esperanza de libertad. Camino tres pasos entre el catre y la pared, rezando para que no regrese la epilepsia. Han girado instrucciones para que un guardia me deje comida una vez al día, pero los cumaneses se las ingenian para hacerme llegar manjares.

Joven, no busques —en mí— lamentos. Lo que ves es dignidad y resignación. Es cierto: atenté contra la estabilidad del gobierno al invadir en el 49 por La Vela de Coro, pero yo no me alié con potencias extranjeras, solo con los conservadores y los descontentos. Sin embargo, no estoy aquí por eso. Me encierran por advertir que la República iba por mal camino. Algunos me llaman ambicioso, conservador, caudillo, el hombre más rico de Venezuela; piensan que soy apenas la sombra de lo que fui. Pero me recordarán de otra manera: fui yo quien cargó con la campaña del Sur y sostuvo a la joven Venezuela en medio de la anarquía, cuando aún éramos la República de Colombia, de la que decidí separarnos.

Muchachos, el poder es traicionero. Este castillo no fue construido para patriotas, sino para contener piratas en los orígenes de Cumaná. Ahora encierra a un hombre que peleó más de treinta batallas por la libertad. Así gira la rueda de la historia.

Pero no todo ha sido olvido. El pueblo de Cumaná es noble y generoso, no me volvió la espalda. Aunque las autoridades me tienen aislado, muchos extienden su mano de la forma que les es posible. Me hacen sentir entre familia. Cuando finalmente conquiste mi libertad —que sé está cerca— no los olvidaré. Y si por ese puerto salgo, juro que: Por este mismo puerto regresaré a Venezuela, cuando vuelva a dirigir sus designios.

Digan allá afuera —en La Guaira y en Caracas— que Páez no claudica. Que puede estar tras estos muros, pero las ideas por las que serví y luché al lado del Libertador Simón Bolívar siguen vivas. He perdido alguna vez el camino, y por ello ahora en 1850, la libertad, pero no la memoria ni el compromiso con Venezuela. Pensando en ello consumo el tiempo de encierro, al compás de la lejana y tenue vocería con que me acompaña el pueblo de Cumaná.

por: Rommel Contreras


PD1: El 23 de mayo de 1850, Páez fue escoltado desde el Fuerte de San Antonio hasta la playa de El Salado por dieciséis jóvenes cumanesas vestidas de blanco que desafiaron el cerco militar. Desde allí abordó el vapor de guerra El Libertador, que lo condujo al exilio en la isla de Saint Thomas. Páez, regresa a Venezuela el 18 de diciembre de 1858 y su entrada la hace por Cumaná.

PD2: Tal día como hoy, 
el 13 de agosto de 1863, tras firmarse el Tratado de Coche que puso fin a la Guerra Federal, José Antonio Páez abandonó definitivamente Venezuela desde el puerto de La Guaira. Se exilió en Estados Unidos, estableciéndose en Nueva York, donde viviría hasta su muerte en 1873.

Referenicas: Autobiografía del General José Antonio Páez. V. 2, Cap. 38, NY, 1946.

jueves, 7 de agosto de 2025

La Batalla de Boyacá.

Tal día como hoy, en 1819 -hace 206 años- se desarrolló la Batalla de Boyacá.

Simón Bolívar, con su ejército -compuesto en gran parte por venezolanos- había tomado la importante ciudad de Tunja el 5 de agosto de 1819, próxima a la hermosa Villa de Leiva; donde, entre otros, nacieron Antonio Nariño, Antonio Ricaurte y vivió Juan de Castellanos. Habían salido de Angostura (actual Ciudad Bolívar) setenta y ocho días antes. Con la toma de Tunja, se cortó la comunicación de las fuerzas realistas con Bogotá.

Puente sobre el ríoTeatinos

El día 7, el comandante realista José María Barreiro se dirigió hacia el sitio de Boyacá, con la intención de tomar el puente sobre el río Teatinos. Estas fueron las dos fuerzas que se encontraron: la avanzada realista, apostada en los parapetos y en la vecindad del puente, y su grueso, ubicado a varios centenares de metros en las alturas del campo. Por su parte, los patriotas descendían desde el norte -a pie y a caballo- desparramándose por las montañas.

Monumento a Bolívar en el campo de Boyacá

La batalla comenzó alrededor de las 2:00 p. m., en las inmediaciones del pequeño puente. La caballería patriota recibió las primeras balas francas, pero junto con la infantería logró asegurar el paso. La lucha concluyó a las 4:00 p. m. del 7 de agosto de 1819. Murieron más de 100 realistas y 150 quedaron heridos. De parte de los patriotas, hubo 13 muertos y 53 heridos. En el seno del grueso de la tropa enemiga, a lo lejos, cundió el pánico y la desesperación. En una batalla rápida, los patriotas conquistaron el campo. El camino a Bogotá quedó libre. Los realistas entraron en desbandada general -hasta el virrey huyó a Panamá-, cada uno buscando su propio remedio y la salvaguarda de su vida.

Finalmente, Bolívar llegó a Bogotá, donde entró sin resistencia alguna el martes 10 de agosto de 1819, a las 5:00 p. m.

por: Rommel Contreras


PD: A principios de este año tuve la oportunidad de visitar el hermoso y bien cuidado Campo de Boyacá. Me impresionó profundamente el monumento a Bolívar: sobrio, gigante, celestial, como si, en lugar de ascender al cielo, descendiera para seguir luchando por nuestras patrias. En contraste, llama la atención el diminuto e invisibilizado monumento a Santander, se muestra encerrado en un pequeño óvalo naranja, casi perdido cerca de la esquina inferior derecha de la imagen inferior. ¿Es el destino? ¿O acaso una forma de justicia simbólica para quien traicionó no solo la amistad, sino —peor aún— la patria?


Campo de Boyacá




miércoles, 6 de agosto de 2025

El joven Antonio José de Sucre

Dibujado por @omarcruzarte
Mi nombre es Antonio José de Sucre, y nací en Cumaná el 3 de febrero de 1795, en plena agitación del mundo. Antes de que yo naciera, Europa ya temblaba con las sacudidas de la Revolución Francesa, y aquí, en mi tierra, esos vientos también se sentían. La nobleza criolla comenzaba a cuestionar a España, reclamando sus derechos… y su libertad.

Mi familia vivía en la antigua casa de La Luneta. Mis padres eran el coronel de milicias Vicente Sucre y doña María Manuela de Alcalá. Ese mismo año de mi nacimiento, en la lejana provincia de Coro, estalló una sublevación de esclavos negros y de pardos. No fue casualidad: por todas partes se hablaba ya de revoluciones, de libertad, de cambios.

Me crié en ese entorno, entre los fuertes de San Antonio de la Eminencia y Santa María de la Cabeza, justo detrás del templo de Santa Inés. Desde lo alto de nuestra casa podía ver el mar y buena parte de la ciudad. Mis primeros amigos fueron los hijos de los oficiales y soldados de las guarniciones cercanas, y también los hijos de las familias acomodadas que vivían cerca de la iglesia.

Cuando tenía apenas dos años, un gran terremoto destruyó buena parte de Cumaná. Mi infancia temblaba, literalmente, por las fuerzas de la naturaleza y también por los grandes cambios que se avecinaban. En mi casa, como en muchas de las grandes familias de entonces, los varones éramos preparados desde pequeños para alguna carrera útil, y mi padre me encaminó al servicio militar, como él, mis abuelos y muchos de mis antepasados.

Perdí a mi madre cuando tenía siete años, y mi padre se volvió a casar con su prima, Narcisa Márquez Alcalá. Me fui entonces a vivir con mi tío José Manuel de Sucre. Como era costumbre en nuestra familia, antes de los ocho años ya me habían inscrito como cadete en la guarnición militar. Así, a los doce años, podría ser formalmente nombrado cadete de los Nobles Húsares del Rey, con sueldo y antigüedad (ese era el plan). Mis primeros estudios los hice en los cuarteles cercanos a casa, y el resto de mi formación fue completado con tutores particulares.

En 1808, mi familia decidió enviarme a Caracas para continuar mis estudios en la academia del coronel Tomás Mires, un español con ideas liberales. Me alojé en casa de mi padrino y tío, el sacerdote Antonio Patricio de Alcalá. Tenía solo trece años, y fue la primera vez que me separaba de mi familia y de mi Cumaná. Allí, en Caracas, empecé a ver de cerca los acontecimientos que cambiarían la historia de nuestra patria.

Regresé a Cumaná en 1810, con apenas quince años, y ya servía como subteniente de las Milicias Regladas de Infantería. A los dieciséis volví a Caracas, decidido a unirme de lleno al movimiento emancipador. El generalísimo Francisco de Miranda, con su experiencia en la Revolución Francesa, había sido llamado a comandar nuestras fuerzas. Tuve el honor de formarme bajo sus órdenes: fue uno de mis grandes maestros. En 1812, me puse al servicio del general Santiago Mariño y, junto a otros oficiales, participamos en la liberación del Oriente venezolano en 1813, ingresando por Chacachacare. Desde entonces, pasé a formar parte del grupo de republicanos que la historia recuerda como los «Libertadores de Oriente».

Todo eso —y más— lo viví desde muy joven, con compromiso, con fidelidad, con amor a la patria. Aún me esperaba otro destino: servir a toda América bajo las órdenes del Libertador Simón Bolívar, quien me permitió comandar las operaciones. En el campo inmortal de Ayacucho, sellamos la independencia de la América del Sur (la Patria Grande). Por esa victoria fui honrado con el título de Gran Mariscal de Ayacucho. Junto con El Libertador creamos la República de Bolivia, de la cual fui su primer presidente. Sin embargo, sucumbí a la traición: una bala asesina segó mi vida a los 35 años, en Berruecos, en las montañas de Pasto, al sur de Colombia. Entregué todo por mi patria y por la patria grande americana. Te invito a tomar el relevo con firmeza, y continuar la tarea de fortalecer y engrandecer a nuestra patria.

por: Rommel Contreras

PD: Preguntar al autor por las referencias.

DR. ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO.

 CRÓNICAS DE CUMANÁ. 

DR. ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO.

            (1896-1955)

 

     Tal día como hoy hace 129 años nació en Cumaná,  Primogénita del Continente Americano,  en el año 1896 el coterráneo, poeta, cuentista, dramaturgo, periodista, biógrafo, orador, ensayista, abogado y político venezolano Dr. Andrés Eloy Blanco Meaño. Sus padres fueron; el médico Luis Felipe Blanco Fariñas y Dolores Meaño Escalante de Blanco. 

    Este ilustre ciudadano nació en la actual calle Sucre, parroquia Santa Inés. Cumaná, estado Sucre. 




 Transcripción fiel y exacta de la PARTIDA DE NACIMIENTO DE ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO. 


"El suscrito registrador principal del estado Sucre, certifica: Que en el  libro de Registro civil de nacimientos de la parroquia San Inés, municipio autónomo Sucre, estado Sucre, año 1896.- septiembre 12 de 1896.- Gral Tomás Castro Guerra, Jefe Civil del Distrito Sucre. Hago constar que hoy día de la fecha me ha sido presentado un niño de nombre ANDRÉS ELOY, por Juan Angely, quien manifestó que el niño que presenta nació el seis de agosto de mil ochocientos noventa y seis, hijo legítimo de LUIS FELIPE BLANCO, de treinta y seis años, médico y DOLORES MEAÑO DE BLANCO, de veinti y cinco años de edad, saben escribir, natural de esta ciudad. Fueron testigos del acto Pedro Arcas y Juan Antonio Márquez, mayores de edad y vecinos de Altagracia firman.- T. Castro Guerra.- Pedro Arcas.- Juan Ant. Márquez.-------- Es copia fiel y exacta de su original que se expide a solicitud de parte interesada, causando derechos por valor de cien bolívares en Estampillas Fiscales.------------ Cumaná, veinticuatro de octubre de mil novecientos noventa y cinco.- Años: 185° de la Independencia y 136° de la Federación. ------------------------


   El Registrador Principal. 

Candelaria Rico Cegarra 

          (Abogado). 


TRANSCRIPCIÓN DEL TEXTO ORIGINAL DEL REGISTRO DE BAUTISMO DE ANDRES BLANCO. 


En la Santa Iglesia Matriz de esta ciudad de Santa Inés de Cumaná a catorce de septiembre de mil ochocientos noventiseis, yo el cura Rector Pro. José Marturena, de licencia y con ella el Br. Cruz (apellido ilegible), bautizo solemnemente segun el R.R con el nombre de Andrés Eloy, un párvulo que nació el seis de agosto del mismo año, hijo legítimo de Luis Felipe Blanco y de Dolores M. De Blanco, fueron sus padrinos.

    : a gracias advertí sus obligaciones y espiritual parentesco. Doy fe.

 

A pesar de no ser un evento histórico específico fue registrado en la misma forma que un bautizo religioso tradicional.

Según registros históricos el padrino de bautizo fue su propio padre.

De lo antes transcrito que fue se bautizado en la Iglesia Santa Inés,  primera catedral de Cumaná, conservando canónicamente el título de Concatedral otorgada por Papa Pío XI en la Bula Pontificia Ad Munus. (Hoy Basílica Menor).

 

Andrés Eloy comenzó sus estudios en su ciudad natal, luego en Margarita y en Caracas, donde se incorporó al círculo de Bellas Artes en 1913. En el año 1918 recibió su primer galardón por el poema pastoral "Canto a la espiga y al arado" y publicó su primera obra dramática, "El huerto de la epopeya".

     Su pensamiento, su espíritu, estaba atento a todas las manifestaciones universales, no sólo para el bien de su familia, sino para el de su amistad o de su patria, para todos los pueblos, para toda la razas, para todos los dolores, para todas las infelicidades. 

      Amaba a través de sus hijos, amaba a Cumaná y a Venezuela y las añoraba en el exilio.  Amaba y admiraba en sumo grado al héroe fundamental de Cumaná, a nuestro coterráneo y paisano mayor, el General en Jefe, Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, le cantaba sin cesar, y llamó la ciudad de su nacimiento "La casa del Abel". Siempre recordando al Mariscal, a los héroes y al Libertador Simón Bolívar. 

   La palabra luminosa de Andrés Eloy se apagó un 21 de mayo de 1955, luego que en un accidente automovilístico le cegara la vida en ciudad de México.

    "Recordar es vivir" 


por: Victor Lemus. 

Exconcejal de Cumaná. Primogénita del Continente Americano. 

   Cumaná 6 de agosto 2025.

martes, 29 de julio de 2025

El Resguardo del Puerto de Cumaná

El Resguardo de Puerto Cabello, debió ser igual al del Puerto de Cumaná, que hoy languidece a punto de desaparecer entre el Guapo y el Salado  ( final de la calle Sarmiento, sector Puerto Sucre, antes allí funcionó por primera vez la Guardia Nacional en Cumaná, luego fue un bar)...


Imagen: Museo venezolano



foto: Roberto Verginelli Torres