En medio del rebulicio y los gritos para llamar la
atención, los vendedores de pescado competían ofreciendo los precios del
producto Marino. Los desarrapados niños de los arrabales, mugrientos y
flacos, esperaban la oportunidad para tomar una pieza de pescado, salir
corriendo y llevarla a su casa.
La pobreza cundía por doquier y los policías caminaban vigilantes en su guardia dentro del mercado público.
Surgían
repentinos, hombres anunciando viajes a tierras de Asia, a la india,
Catay y Cipango. Ofrecían cruzar la misma ruta del legendario Marco
Polo, quién llegó a las costas europeas llevando en su nave , objetos
desconocidos hasta entonces, animales asombrosos y también el elixir de
la eterna juventud.
Todo el recuerdo de las
fábulas que transformaron en historia y al revés, historias hechas
fábulas por la conversación y transmisión de exageradas experiencias que
en realidad no pasaban de una serpiente cobra, un tigre de bengala y
unos faquires que tragaban fuego.
Otros se montaban
en pedazos de madera húmeda, recostados de los muros derruidos de la
plaza pública, llamando a embarcarse a una nave que los llevaría a
territorios de riquezas inigualables, donde el oro estaba encima de la
tierra , las calles y las casas de la ciudad eran construidas con el
metal precioso.
Las fantasías eran un recurso para
vencer el terror y el miedo producto de la proliferación de los mitos
sobre monstruos marinos y sirenas encantadoras que después de
hipnotizar con su belleza, se llevaban a los marineros al fondo del mar.
Esos mitos eran una forma de evitar que los más osados marinos y los
dueños de embarcaciones miraran la posibilidad de competir en el
comercio marítimo.
Ya el Almirante tenía en sus
manos un plan de ruta para atravesar el océano Atlántico. Estaba seguro
que saliendo por el oeste, alcanzaría el Oriente y fondearía sus
carabelas en las costas de las indias para llenar sus naos de especias y
telas de seda.
El Almirante entonces, no fué a
anunciar su viaje a la plaza, fue a ofrecerle a los presos en sus
calabozos inmundos, la posibilidad de salir de prisión si se
incorporaban a la aventura atlántica con los riesgos de las creencias en
monstruos, calamares gigantescos y peces que vomitaban fuego como los
dragones de Inglaterra.
Un sacerdote misterioso y
uraño le dijo a la reina que el periplo planteado por el Almirante, no
era del todo malo, pues era posible salvar almas y difundir la
existencia del Dios católico en otros lares desconocidos e
incivilizados. Un comerciante perteneciente a la corte del reino le
habló a los reyes de una intuición que tenía al poder hacer ese viaje ,
era la oportunidad de encontrar mucha riqueza, oro y plata para sacar al
reino de las deudas y progresar. Uno de los oficiales del palacio real,
se pronunció por el favorable viaje a territorios que iban a expandir
el poderío militar.
Todo se habló se discutió y llegaron a un acuerdo, el viaje quedaba aprobado.
Pero
había un problema, se necesitaban noventa hombres y de los presos que
se visitaron solo aceptaron incorporarse quince y eso porque estaban
condenados a muerte.
El Almirante decidió ir a las
escuelas de educación náutica en Nápoles y Génova y allí consiguió
algunos estudiosos de los viajes oceánicos y rutas ya conocidas.
Al
fin, completo ya el contingente con los pobres reclutados en las
calles y las covachas de los montes cercanos, se armaron las tres
carabelas y partieron enfiladas sus proas "Allende el mar".
Durante
el viaje con buen viento y velas izadas, se llevaba una buena velocidad
sin tener más seguridad que la esperanza de la precisión y acertados
cálculos que aquel misterioso y moribundo piloto le explicara al
Almirante con detalles y le pusiera en las manos, los registros con la
orientación completa acerca de las rutas, coordenadas, vientos de época y
distancia para alcanzar las nuevas tierras.
Al
pasar un buen tiempo, la desesperacion empezaba a dominar los ánimos,
los alimentos y el agua comenzaron a escasear , se enfermaron algunos
hombres y no se veía ningún indicio de estar cerca de alguna Costa.
Ya
era el amanecer, había angustia y preocupación, todo parecía desvanecer
el optimismo , cuando de pronto, en mitad del silencio abrumador, el
vigía gritó a todo pulmón: tierra, tierra.!!!!
Dirigieron
sus naves a las costas halladas y al poner pie en tierra quedaron
atónitos de la deslumbrante belleza de los ríos, árboles y animales en
abundancia, pero más aún se sorprendieron cuando un grupo de personas
salieron a su encuentro, adornados de oro y
ofreciéndoles
comida, agua, vino y ropa hecha con finas telas. Eran altos y su piel
tal limpia como las hojas de las plantas que brillaban con el sol.
Allí
se quedaron, aprendieron a curar con medicina tropical, comieron casabe
con pescado y al pasar del tiempo, tuvieron sus parejas y procrearon
hijos. Desde entonces sus ideas no eran iguales, ya se vencían leyendas y
mitos, vivieron lo real maravilloso de un nuevo mundo, desarrollaron
una nueva civilización y la era del intercambio humano y cultural ,
nunca ha terminado desde ese entonces entre los habitantes del planeta
tierra.
Autor: Orlando Balbás.
Agosto 2019.
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