miércoles, 13 de agosto de 2025

Páez, prisionero en el Castillo de San Antonio de Cumaná

Me alegra recibir visita, aunque sea por breves minutos. No suelo ver rostros tan juveniles desde que llegué aquí, traído con cadenas por los mismos a quienes ayudé a encaramarse en el gobierno. En estos ocho meses, apenas han permitido la visita de mi hija y la de mi esposa, Dominga Ortiz. Dicen que fui insurrecto por alzarme contra Monagas, pero ¿qué otra cosa podía hacer contra un hombre que, habiendo ocupado la presidencia, se alejó de sus afectos y de las ideas que le eran comunes? Me llaman traidor los mismos que ayer coreaban mi nombre en los campos de Carabobo.

Esta celda huele a sal y encierro. Solo entra la brisa marina por una rendija allá abajo, en la puerta. Me agacho para recibir ese hilo de aire, como si por él llegara una esperanza de libertad. Camino tres pasos entre el catre y la pared, rezando para que no regrese la epilepsia. Han girado instrucciones para que un guardia me deje comida una vez al día, pero los cumaneses se las ingenian para hacerme llegar manjares.

Joven, no busques —en mí— lamentos. Lo que ves es dignidad y resignación. Es cierto: atenté contra la estabilidad del gobierno al invadir en el 49 por La Vela de Coro, pero yo no me alié con potencias extranjeras, solo con los conservadores y los descontentos. Sin embargo, no estoy aquí por eso. Me encierran por advertir que la República iba por mal camino. Algunos me llaman ambicioso, conservador, caudillo, el hombre más rico de Venezuela; piensan que soy apenas la sombra de lo que fui. Pero me recordarán de otra manera: fui yo quien cargó con la campaña del Sur y sostuvo a la joven Venezuela en medio de la anarquía, cuando aún éramos la República de Colombia, de la que decidí separarnos.

Muchachos, el poder es traicionero. Este castillo no fue construido para patriotas, sino para contener piratas en los orígenes de Cumaná. Ahora encierra a un hombre que peleó más de treinta batallas por la libertad. Así gira la rueda de la historia.

Pero no todo ha sido olvido. El pueblo de Cumaná es noble y generoso, no me volvió la espalda. Aunque las autoridades me tienen aislado, muchos extienden su mano de la forma que les es posible. Me hacen sentir entre familia. Cuando finalmente conquiste mi libertad —que sé está cerca— no los olvidaré. Y si por ese puerto salgo, juro que: Por este mismo puerto regresaré a Venezuela, cuando vuelva a dirigir sus designios.

Digan allá afuera —en La Guaira y en Caracas— que Páez no claudica. Que puede estar tras estos muros, pero las ideas por las que serví y luché al lado del Libertador Simón Bolívar siguen vivas. He perdido alguna vez el camino, y por ello ahora en 1850, la libertad, pero no la memoria ni el compromiso con Venezuela. Pensando en ello consumo el tiempo de encierro, al compás de la lejana y tenue vocería con que me acompaña el pueblo de Cumaná.

por: Rommel Contreras


PD1: El 23 de mayo de 1850, Páez fue escoltado desde el Fuerte de San Antonio hasta la playa de El Salado por dieciséis jóvenes cumanesas vestidas de blanco que desafiaron el cerco militar. Desde allí abordó el vapor de guerra El Libertador, que lo condujo al exilio en la isla de Saint Thomas. Páez, regresa a Venezuela el 18 de diciembre de 1858 y su entrada la hace por Cumaná.

PD2: Tal día como hoy, 
el 13 de agosto de 1863, tras firmarse el Tratado de Coche que puso fin a la Guerra Federal, José Antonio Páez abandonó definitivamente Venezuela desde el puerto de La Guaira. Se exilió en Estados Unidos, estableciéndose en Nueva York, donde viviría hasta su muerte en 1873.

Referenicas: Autobiografía del General José Antonio Páez. V. 2, Cap. 38, NY, 1946.

jueves, 7 de agosto de 2025

La Batalla de Boyacá.

Tal día como hoy, en 1819 -hace 206 años- se desarrolló la Batalla de Boyacá.

Simón Bolívar, con su ejército -compuesto en gran parte por venezolanos- había tomado la importante ciudad de Tunja el 5 de agosto de 1819, próxima a la hermosa Villa de Leiva; donde, entre otros, nacieron Antonio Nariño, Antonio Ricaurte y vivió Juan de Castellanos. Habían salido de Angostura (actual Ciudad Bolívar) setenta y ocho días antes. Con la toma de Tunja, se cortó la comunicación de las fuerzas realistas con Bogotá.

Puente sobre el ríoTeatinos

El día 7, el comandante realista José María Barreiro se dirigió hacia el sitio de Boyacá, con la intención de tomar el puente sobre el río Teatinos. Estas fueron las dos fuerzas que se encontraron: la avanzada realista, apostada en los parapetos y en la vecindad del puente, y su grueso, ubicado a varios centenares de metros en las alturas del campo. Por su parte, los patriotas descendían desde el norte -a pie y a caballo- desparramándose por las montañas.

Monumento a Bolívar en el campo de Boyacá

La batalla comenzó alrededor de las 2:00 p. m., en las inmediaciones del pequeño puente. La caballería patriota recibió las primeras balas francas, pero junto con la infantería logró asegurar el paso. La lucha concluyó a las 4:00 p. m. del 7 de agosto de 1819. Murieron más de 100 realistas y 150 quedaron heridos. De parte de los patriotas, hubo 13 muertos y 53 heridos. En el seno del grueso de la tropa enemiga, a lo lejos, cundió el pánico y la desesperación. En una batalla rápida, los patriotas conquistaron el campo. El camino a Bogotá quedó libre. Los realistas entraron en desbandada general -hasta el virrey huyó a Panamá-, cada uno buscando su propio remedio y la salvaguarda de su vida.

Finalmente, Bolívar llegó a Bogotá, donde entró sin resistencia alguna el martes 10 de agosto de 1819, a las 5:00 p. m.

por: Rommel Contreras


PD: A principios de este año tuve la oportunidad de visitar el hermoso y bien cuidado Campo de Boyacá. Me impresionó profundamente el monumento a Bolívar: sobrio, gigante, celestial, como si, en lugar de ascender al cielo, descendiera para seguir luchando por nuestras patrias. En contraste, llama la atención el diminuto e invisibilizado monumento a Santander, se muestra encerrado en un pequeño óvalo naranja, casi perdido cerca de la esquina inferior derecha de la imagen inferior. ¿Es el destino? ¿O acaso una forma de justicia simbólica para quien traicionó no solo la amistad, sino —peor aún— la patria?


Campo de Boyacá




miércoles, 6 de agosto de 2025

El joven Antonio José de Sucre

Dibujado por @omarcruzarte
Mi nombre es Antonio José de Sucre, y nací en Cumaná el 3 de febrero de 1795, en plena agitación del mundo. Antes de que yo naciera, Europa ya temblaba con las sacudidas de la Revolución Francesa, y aquí, en mi tierra, esos vientos también se sentían. La nobleza criolla comenzaba a cuestionar a España, reclamando sus derechos… y su libertad.

Mi familia vivía en la antigua casa de La Luneta. Mis padres eran el coronel de milicias Vicente Sucre y doña María Manuela de Alcalá. Ese mismo año de mi nacimiento, en la lejana provincia de Coro, estalló una sublevación de esclavos negros y de pardos. No fue casualidad: por todas partes se hablaba ya de revoluciones, de libertad, de cambios.

Me crié en ese entorno, entre los fuertes de San Antonio de la Eminencia y Santa María de la Cabeza, justo detrás del templo de Santa Inés. Desde lo alto de nuestra casa podía ver el mar y buena parte de la ciudad. Mis primeros amigos fueron los hijos de los oficiales y soldados de las guarniciones cercanas, y también los hijos de las familias acomodadas que vivían cerca de la iglesia.

Cuando tenía apenas dos años, un gran terremoto destruyó buena parte de Cumaná. Mi infancia temblaba, literalmente, por las fuerzas de la naturaleza y también por los grandes cambios que se avecinaban. En mi casa, como en muchas de las grandes familias de entonces, los varones éramos preparados desde pequeños para alguna carrera útil, y mi padre me encaminó al servicio militar, como él, mis abuelos y muchos de mis antepasados.

Perdí a mi madre cuando tenía siete años, y mi padre se volvió a casar con su prima, Narcisa Márquez Alcalá. Me fui entonces a vivir con mi tío José Manuel de Sucre. Como era costumbre en nuestra familia, antes de los ocho años ya me habían inscrito como cadete en la guarnición militar. Así, a los doce años, podría ser formalmente nombrado cadete de los Nobles Húsares del Rey, con sueldo y antigüedad (ese era el plan). Mis primeros estudios los hice en los cuarteles cercanos a casa, y el resto de mi formación fue completado con tutores particulares.

En 1808, mi familia decidió enviarme a Caracas para continuar mis estudios en la academia del coronel Tomás Mires, un español con ideas liberales. Me alojé en casa de mi padrino y tío, el sacerdote Antonio Patricio de Alcalá. Tenía solo trece años, y fue la primera vez que me separaba de mi familia y de mi Cumaná. Allí, en Caracas, empecé a ver de cerca los acontecimientos que cambiarían la historia de nuestra patria.

Regresé a Cumaná en 1810, con apenas quince años, y ya servía como subteniente de las Milicias Regladas de Infantería. A los dieciséis volví a Caracas, decidido a unirme de lleno al movimiento emancipador. El generalísimo Francisco de Miranda, con su experiencia en la Revolución Francesa, había sido llamado a comandar nuestras fuerzas. Tuve el honor de formarme bajo sus órdenes: fue uno de mis grandes maestros. En 1812, me puse al servicio del general Santiago Mariño y, junto a otros oficiales, participamos en la liberación del Oriente venezolano en 1813, ingresando por Chacachacare. Desde entonces, pasé a formar parte del grupo de republicanos que la historia recuerda como los «Libertadores de Oriente».

Todo eso —y más— lo viví desde muy joven, con compromiso, con fidelidad, con amor a la patria. Aún me esperaba otro destino: servir a toda América bajo las órdenes del Libertador Simón Bolívar, quien me permitió comandar las operaciones. En el campo inmortal de Ayacucho, sellamos la independencia de la América del Sur (la Patria Grande). Por esa victoria fui honrado con el título de Gran Mariscal de Ayacucho. Junto con El Libertador creamos la República de Bolivia, de la cual fui su primer presidente. Sin embargo, sucumbí a la traición: una bala asesina segó mi vida a los 35 años, en Berruecos, en las montañas de Pasto, al sur de Colombia. Entregué todo por mi patria y por la patria grande americana. Te invito a tomar el relevo con firmeza, y continuar la tarea de fortalecer y engrandecer a nuestra patria.

por: Rommel Contreras

PD: Preguntar al autor por las referencias.

DR. ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO.

 CRÓNICAS DE CUMANÁ. 

DR. ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO.

            (1896-1955)

 

     Tal día como hoy hace 129 años nació en Cumaná,  Primogénita del Continente Americano,  en el año 1896 el coterráneo, poeta, cuentista, dramaturgo, periodista, biógrafo, orador, ensayista, abogado y político venezolano Dr. Andrés Eloy Blanco Meaño. Sus padres fueron; el médico Luis Felipe Blanco Fariñas y Dolores Meaño Escalante de Blanco. 

    Este ilustre ciudadano nació en la actual calle Sucre, parroquia Santa Inés. Cumaná, estado Sucre. 




 Transcripción fiel y exacta de la PARTIDA DE NACIMIENTO DE ANDRÉS ELOY BLANCO MEAÑO. 


"El suscrito registrador principal del estado Sucre, certifica: Que en el  libro de Registro civil de nacimientos de la parroquia San Inés, municipio autónomo Sucre, estado Sucre, año 1896.- septiembre 12 de 1896.- Gral Tomás Castro Guerra, Jefe Civil del Distrito Sucre. Hago constar que hoy día de la fecha me ha sido presentado un niño de nombre ANDRÉS ELOY, por Juan Angely, quien manifestó que el niño que presenta nació el seis de agosto de mil ochocientos noventa y seis, hijo legítimo de LUIS FELIPE BLANCO, de treinta y seis años, médico y DOLORES MEAÑO DE BLANCO, de veinti y cinco años de edad, saben escribir, natural de esta ciudad. Fueron testigos del acto Pedro Arcas y Juan Antonio Márquez, mayores de edad y vecinos de Altagracia firman.- T. Castro Guerra.- Pedro Arcas.- Juan Ant. Márquez.-------- Es copia fiel y exacta de su original que se expide a solicitud de parte interesada, causando derechos por valor de cien bolívares en Estampillas Fiscales.------------ Cumaná, veinticuatro de octubre de mil novecientos noventa y cinco.- Años: 185° de la Independencia y 136° de la Federación. ------------------------


   El Registrador Principal. 

Candelaria Rico Cegarra 

          (Abogado). 


TRANSCRIPCIÓN DEL TEXTO ORIGINAL DEL REGISTRO DE BAUTISMO DE ANDRES BLANCO. 


En la Santa Iglesia Matriz de esta ciudad de Santa Inés de Cumaná a catorce de septiembre de mil ochocientos noventiseis, yo el cura Rector Pro. José Marturena, de licencia y con ella el Br. Cruz (apellido ilegible), bautizo solemnemente segun el R.R con el nombre de Andrés Eloy, un párvulo que nació el seis de agosto del mismo año, hijo legítimo de Luis Felipe Blanco y de Dolores M. De Blanco, fueron sus padrinos.

    : a gracias advertí sus obligaciones y espiritual parentesco. Doy fe.

 

A pesar de no ser un evento histórico específico fue registrado en la misma forma que un bautizo religioso tradicional.

Según registros históricos el padrino de bautizo fue su propio padre.

De lo antes transcrito que fue se bautizado en la Iglesia Santa Inés,  primera catedral de Cumaná, conservando canónicamente el título de Concatedral otorgada por Papa Pío XI en la Bula Pontificia Ad Munus. (Hoy Basílica Menor).

 

Andrés Eloy comenzó sus estudios en su ciudad natal, luego en Margarita y en Caracas, donde se incorporó al círculo de Bellas Artes en 1913. En el año 1918 recibió su primer galardón por el poema pastoral "Canto a la espiga y al arado" y publicó su primera obra dramática, "El huerto de la epopeya".

     Su pensamiento, su espíritu, estaba atento a todas las manifestaciones universales, no sólo para el bien de su familia, sino para el de su amistad o de su patria, para todos los pueblos, para toda la razas, para todos los dolores, para todas las infelicidades. 

      Amaba a través de sus hijos, amaba a Cumaná y a Venezuela y las añoraba en el exilio.  Amaba y admiraba en sumo grado al héroe fundamental de Cumaná, a nuestro coterráneo y paisano mayor, el General en Jefe, Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, le cantaba sin cesar, y llamó la ciudad de su nacimiento "La casa del Abel". Siempre recordando al Mariscal, a los héroes y al Libertador Simón Bolívar. 

   La palabra luminosa de Andrés Eloy se apagó un 21 de mayo de 1955, luego que en un accidente automovilístico le cegara la vida en ciudad de México.

    "Recordar es vivir" 


por: Victor Lemus. 

Exconcejal de Cumaná. Primogénita del Continente Americano. 

   Cumaná 6 de agosto 2025.

martes, 29 de julio de 2025

El Resguardo del Puerto de Cumaná

El Resguardo de Puerto Cabello, debió ser igual al del Puerto de Cumaná, que hoy languidece a punto de desaparecer entre el Guapo y el Salado  ( final de la calle Sarmiento, sector Puerto Sucre, antes allí funcionó por primera vez la Guardia Nacional en Cumaná, luego fue un bar)...


Imagen: Museo venezolano



foto: Roberto Verginelli Torres


sábado, 26 de julio de 2025

A PROPÓSITO DE MIS 70 AÑOS DE GRADUADO DE “MAESTRO DE ESCUELA”

por: Juan Antonio Perffetti Valdiviezo


A mis compañeros de Promoción, vivos o extintos.

IN MEMORIAM de todos los profesores y profesoras que en los dos últimos años de nuestra Educación Normal (1953-1955) en la Normal “Pedro Arnal” de Cumaná, contribuyeron a nuestra formaron como “maestros de escuela”, especialmente a Angélica Martínez de Franco, a quien siempre he considerado como mi “Madre Profesional”.

Este mes de julio de 2025 ya es prisionero de los estertores que indican su tránsito a un agosto de vacaciones. Padres, familiares y amigos felicitan y se felicitan por la hazaña que significa que niños, adolescentes y jóvenes, terminen con felicidad sus cursos escolares, más aún si se trata de la obtención de certificado de culminación de ciclo, nivel o carrera. Uno también se alegra y saluda a quienes obtuvieron semejantes éxitos. No obstante, uno, además, se siente prisionero de la nostalgia. No es para menos, pues en otro julio de tiempo atrás uno también sintió algo así. Fue en julio de 1955, en la Cumaná de mi amor eterno. Concretamente, de la Escuela Normal “Pedro Arnal” egresaba la Promoción “Luis Ezpelosín”, la promoción de uno, que ya alcanza los SETENTA AÑOS, suficientes para imaginar que todos los graduados de entonces, que aún somos retenidos por la vida, ya hemos sido relevados de esa hermosa tarea que escogimos para contribuir al forjamiento de la patria a través de la formación de sus niños y jóvenes. Por este motivo, quiere uno, en esta oportunidad, regalarse de nuevo algunos acápites de un libro que uno escribió y se regaló a sí mismo hace algunos años: “Hormigas de la misma cueva. Retablo de una Promoción de Maestros”. Es que uno quiere aliviar la nostalgia confundiéndola con el recuerdo. Todo esto que sigue ha sido extraído de ese libro.

SIN TOGA NI BIRRETE

La colación de grado de uno se produjo en el marco de un acto sencillo, revestido de una gran solemnidad, con la presencia de familiares, amigos y allegados que llenaron el auditórium de la Normal. Felizmente, el consumismo y el afán por el boato aún no invadían los predios de la culminación de determinados niveles de estudio, como ahora ocurre, que hasta las promociones del Preescolar, son atosigadas de anillos, togas, birretes, pergaminos enfundados en largos tubos protectores y fotografías para escoger. La de uno fue una graduación que sólo exigió a los muchachos un traje azul oscuro y a las muchachas el uniforme de gala, el cual consistía en falda y chaleco azul oscuro y cota beige.

Previo al acto de graduación, el 26 de julio de 1955, en los pasillos de la Normal, durante una misa de campaña oficiada por Monseñor José Antonio Ramírez Salaverría, fueron bendecidos y colocados en las manos de uno, los anillos de oro de 18 quilates que tenía por arriba incrustación de piedra amatista, a un costado, en alto relieve, el escudo de la Normal y por adentro el nombre de uno.

Por la noche fue el Acto Solemne. Miguel Bennazar Camargo organizó, por orden alfabético, las filas de hembras y varones, que hicieron su entrada al auditórium bajo los aplausos de los asistentes. El Presídium estuvo integrado por Luis Fermín y Josefina Chópite, Director y Subdirectora de la Normal, Miguel Ángel Pérez, en representación del Despacho de Educación, Alipio Niño Somaza, Superintendente de la V Superintendencia de Educación y José Ortiz Fariñas, Supervisor del Distrito Escolar con sede en Cumaná. La Banda Oficial del Estado entonó los himnos Nacional y del Estado Sucre, y los profesores Luis Fermín y Miguel Ángel Pérez pronunciaron elocuentes palabras referidas a la naturaleza del acto.

Aparte del momento cumbre de uno recibir el título de “Maestro de Educación Primaria Urbana”, que el 25 de julio de 1955, justo el día anterior al del acto de graduación, aprobara el Consejo Técnico de Educación, traídos desde Caracas por el representante ministerial, lo que más lo impactó a uno fueron las palabras con las cuales Juan Celestino Mago Gutiérrez, en nombre de los graduandos, agradeció a la Normal, a los profesores y a los familiares de uno el concurso y todos los esfuerzos que hicieron posible coronar esta aspiración de grado. Igualmente, Maguito señaló, con fraternal entusiasmo, el espíritu gregario de la Promoción, la cordialidad, la camaradería y la contracción al estudio que caracterizó durante dos años escolares la vida de uno en el viejo lar de la Pedro Arnal.

Terminado el Acto Solemne de Graduación, con la misma emoción del verso de Andrés Eloy, graduandos, ductores, padres, familiares, amigos y allegados irrumpieron colectivamente con “…las manos que se buscan con la efusión unánime /de ser hormigas de la misma cueva”.

Después vino el resto de la noche. En las casas de algunos compañeros residentes en Cumaná hubo celebración íntima. El Bar Sport acogió a otros. El acto festivo para celebrar colectivamente no pudo ser, pues, desde el mismo momento de formar las filas para entrar al auditorium, la aflicción, inesperada, invadió a los graduandos: se conoció la infausta noticia de la muerte trágica del padre de Máximo Edmundo Monasterios Malavé, compañero de uno. Además, sin percatarnos, Paulita Ordosgoitti se había ausentado. Tiempo después uno supo que, también, su padre, había fallecido aquel día.

El camino de la formación sistemática de uno había llegado a su fin. Por delante se abría un nuevo camino lleno de rumbos y derroteros sospechados e insospechados, por donde se habría que transitar para consolidar la formación del “maestro de escuela”. Era el ejercicio profesional, en el cual se ponen de manifiesto vivas contradicciones entre lo que uno aprendió a ser y lo que uno está obligado a ser, donde la solidaridad estudiantil consolidada en la Normal, se topa con el individualismo inmisericorde y reticente. Es así como uno llega a la conclusión de que la abuela Martina Lyon de Valdiviezo, tenía razón en recomendarle a uno, palabras que posiblemente ella escuchó de alguien: “Tu peor enemigo es el de tu propio arte”.

LA DIÁSPORA

Cuando uno se graduó, al menos en Cumaná, no tenía que asistir a la Superintendencia ni al Distrito Escolar a hacer antesala ni colas para buscar colocación. Mediante telegrama, uno era llamado a comparecer ante la oficina correspondiente para ser informado acerca de la plaza que le ofrecían, la cual, por algo así como que “por razones de disciplina”, uno aceptaba y pasaba a firmar los recaudos pertinentes que eran llenados a máquina de escribir, por las secretarias de la oficina. Esos recaudos eran: la Proposición de Nombramiento, la Cédula de Contraloría y el Acta de Toma de Posesión. A los dos primeros se le colocaba una fotografía de uno tomada de frente y tamaño carnet, las cuales suministraba uno mismo.

La Cédula de Contraloría era el instrumento válido, existente para la época, que permitía el control de los funcionarios públicos por parte de la Contraloría General de la Nación, no obstante que ya la Cédula de Identidad comenzaba a ser asequible en las ciudades importantes del país y que, una vez graduado, uno estaba en la obligación de obtenerla en la Oficina correspondiente. En la oficina cumanesa, Nerio Labrador, compañero de pensión de Aurelio Velásquez, atendía muy solícito a los recién graduados maestros de escuela.

Después de la graduación, cada cual volvió a sus lugares de origen. A través de los diferentes distritos escolares de la región oriental, unos fueron empleados por la V Superintendencia Regional de Educación, o lo que es lo mismo, por el Ministerio de Educación, mientras que otros fueron absorbidos por la educación estadal o municipal o algunas empresas que mantenían planteles educativos. De esta manera, comenzaba la diáspora de la Promoción de Maestros Luis Espeluzan de la Normal Pedro Arnal.

Uno recuerda que Aurelio Velásquez fue a parar al Grupo Escolar Francisco Javier Yánez de San Antonio de Maturín, Luis Beltrán Valerio y Maritza Rada a los predios de El Tigre, Juan Celestino Mago y Julián Millán a Río Caribe, Omaira Ortiz y Juan Perffetti a Las Piedras de Cocollar, Adelfa Flores a Tunapuy, Inés Grau y Paula Ordosgoitti a Santa Inés en Anzoátegui, Juan Castillo Toledo a Aragua de Maturín, Carmen Cecilia Maza, Teolinda Montaner, Aída Loaiza Carmona y Berthalina Espinoza a Maturín, Luis Porfirio Mayz y Pablo Ramón Díaz a Caripito, José Luis Reyes Torres a Punta de Mata, José Francisco Bermúdez a Caicara de Maturín, Carmen Martínez y Eira Zerpa a Caripe, Josefina Araguainamo, Pedro Rafael Moreno y Martina Figueras a la conurbación Barcelona-Guanta-Puerto La Cruz, Reina Lyón, María Josefina Stredel, Carmen María Rodríguez, María España y Mercedes Villarroel se quedaron en Carúpano; Ángel Ávila, Carmen Susana López, Asiscla Rodríguez, Isabel Lárez, Carmen Teresa López, Aída Raquel Rodríguez y Luis Beltrán Rodríguez se quedaron en Margarita; Isaura Boada, Fredesvinda Bermúdez, Lila López, Zuleima Marín, Mercedes Márquez, Abigail Mejías, Rosa Beatriz Vásquez y Rebeca Mejías se quedaron en Cumaná.

Así comenzó la desbandada de los compañeros de dos años de ilusiones y esperanzas. El paso inexorable del tiempo nos reuniría de nuevo veinticinco años más tarde para celebrar las Bodas de Plata profesionales.

Esas Bodas de Plata se convirtieron en una suerte de rendición de cuentas de lo que habíamos hecho, de aquí que dijéramos entonces:

“Hace un cuarto de siglo, salíamos de las aulas de la Escuela Normal Pedro Arnal. Éramos, entonces, sesenta y seis promesas para construir patria a través de los polvorientos caminos de una Venezuela tiranizada y preterida. He aquí que hoy, después de veinticinco años de duro batallar, volvemos de nuevo al sitio de partida, a una suerte de rendición de cuentas respecto al compromiso contraído. La alforja que ayer salía de aquí llena de esperanzas y de ilusiones, hoy regresa pletórica de misiones cumplidas y anhelos satisfechos. Quienes han seguido nuestros pasos, no pueden juzgarnos de otro modo y quienes revisen nuestras hojas de servicio, constatarán que no hemos defraudado las promesas de ayer, pues HEMOS CUMPLIDO…”

Alberto Yegres Mago, condiscípulo de uno en la Normal, en el Prólogo de este libro del cual hemos extraído los párrafos precedentes, dice lo que sigue:

“Leer el libro Hormigas de la misma cueva de Juan Perffetti, es como haber desandado un largo camino para encontrarse nuevamente con la vitalidad juvenil que creíamos distante o perdida. Volver a todas esas cosas que nos han sido tan gratas en la vida -el hogar, el pueblo lejano, la ciudad que nos abrigó cuando comenzamos a transitar los primeros peldaños de la educación formal, los amigos, los maestros y profesores que fueron nuestros guías cuando visualizábamos los inciertos horizontes del porvenir-, es vivir de verdad. Eso sentí cuando leí este libro de relatos escrito por alguien que retorna a los lugares y a las personas que le fueron tan amados. No es un derrotado quien regresa. Viene a contarnos que ha cumplido la misión encomendada, su misión, la que se forjó en su adolescencia. Así lo expresó en palabras que no se ponen en duda: “Quienes han seguido nuestros pasos, no pueden juzgarnos de otro modo y quienes revisen nuestras hojas de servicio, constatarán que no hemos defraudado la promesa de ayer, pues hemos cumplido». En esas palabras suyas quedó plasmado el testimonio de su mundo, la visión de un destino compartido, como si con ello reconociera que debemos ir juntos como hormigas de la misma cueva al encuentro con Venezuela, esperanzados en su gran destino, «de un destino sin término que salga de la tierra y de los hombres”.



PIE DE FOTO:


Junta Directiva del Centro de Estudios Artísticos “José Ángel Lamas” de la Escuela Normal “Pedro Arnal” de Cumaná. De izquierda a derecha los alumnos: Juan Perffetti, Jesús López Inserny, Zuleima Morales, Pero Rincones, Máximo Monasterios, Nena Villarroel y Pedro Elías Boada y el Profesor Asesor Julio César Martus.

jueves, 24 de julio de 2025

Nuestro Libertador Simón Bolívar descrito por el General Daniel Florencio O'leary

  CRÓNICAS DE CUMANÁ. 

EN HOMENAJE A NUESTRO LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR, LES DESCRIBO SOBRE SU PERSONA, LA REDACCIÓN DEL GENERAL DANIEL FLORENCIO O'LEARY. CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO DE LA CELEBRACIÓN  DE SU NACIMIENTO.


O'Leary fue amigo y secretario del General en Jefe Antonio José de Sucre y Edecan del Libertador Simón Bolívar. 

    Las memorias del General O'Leary recogen 20 años de historia en torno a Bolívar, gracias a la recolección de información que hizo con la participación de figuras como el coterráneo cumanés Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho. 

"¿Se podría hacer revolución Venezolana y Latinoamericana, sin haber leído e interpretado sintiendo latir en nuestro pecho a Simón Bolívar?":

Descripción de Bolívar redactada por el General Daniel Florencio O'Leary. 

"Bolívar tenía la frente alta, pero no muy ancha y surcada de arrugas desde temprana edad (indicio de pensador). Pobladas y bien formadas las cejas; 

los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz larga y perfecta, tuvo en ella un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que desapareció en 1820, dejando una cicatriz casi impredecible; los pómulos salientes y las mejillas hundidas; la boca fea y los labios algo gruesos. La distancia de la nariz a la boca era notable. Dientes blancos, uniformes y bellísimos, los cuidaba con esmero; las orejas grandes, pero bien puestas; el pelo negro, fino y crespo; lo llevaba largo entre los años 1818 - 1821, hasta que empezó a encanecer y desde entonces lo usó corto. Las patillas y bigotes rubios, se los afeitó por primera vez en Potosí en 1825. Su estatura era de cinco pies y seis pulgadas inglesas. 

  Tenía el pecho angosto, el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo áspera. Las manos y los pies pequeños y bien formados que cualquier mujer habría envidiado. Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando estaba irritado; el cambio era increíble. 

   Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie. Aunque gran apreciador y conocedor de la buena cocina, comía con gusto los sencillos y primitivos manjares del llanero o del indio. Era muy sobrio, sus vinos favoritos eran grave y champaña; ni en la época en que más vino tomaba nunca lo vi beber más de cuatro copas de aquel o dos de éste. Cuando se servía, llenaba él mismo las copas de aquel o dos de éste. Cuando servía, llenaba él mismo las copas de los huéspedes que sentaba a su lado. 

   Hacía mucho ejercicio. No he conocido á nadie que soportarse como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir al hombre más robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas, o bailar otras tantas, con aquella pasión que tenía por el baile. Dormia cinco o seis horas de las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, o envuelto en su capa en el suelo y a campo raso, como pudiera sobre blanda pluma. Era de sueño tan ligero y su despertar tan pronto. En el alcance de la vista y en lo fino del oído no le aventajaban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las armas, y diestrísimo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaña o en la ciudad, visitaba varias veces al día las caballerizas. Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días, y en las tierras calientes hasta tres veces al día. 

   Prefería la vida del campo a la de la ciudad. Detestaba a los borrachos y a los chismosos y embusteros. Era tan leal y caballeroso, que no permitía que en su presencia se hablase mal de otros. La amistad era para él sagrada. Confiado como nadie, si descubría engaño o falsía, no perdonaba al que de su confianza hubiese abusado. 

  Su generosidad rayaba en lo pródigo. No sólo daba cuánto tenía suyo, sino que se endeudaba para servir a los demás. Pródigo con lo propio, era casi mezquino con los caudales públicos. Pudo alguna vez dar oidos a la lisonja, pero le indignaba la adulación.

   Hablaba mucho y bien;  poseía el raro don de la conversación y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus escritos están llenos de imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelo de elocuencia militar. En sus despachos lucen, a la par de la galanura del estilo, la claridad y la precisión. En las órdenes que comunicaba á sus tenientes no olvidaba ni los detalles más triviales: todo lo calculaba, rodo lo preveía. 

   Tenía el don de la persuasión y sabía inspirar confianza a los demás. A estas cualidades se deben, en gran parte, los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada. Grande siempre, éra en mayor grado en la adversidad. "Bolívar derrotado era más temible que vencedor", decían sus enemigos. Las reveses le hacían superior a sí mismo. 

   En el despacho de los negocios civiles, que nunca descuidó, ni aún en campaña, era tan hábil y tan listo, como en los demás actos de su vida. Meciéndose en la hamaca o paseándose, las más veces a largos pasos, pues su natural inquiedad no se avenía con el reposo; con los brazos cruzados, ó asido el cuello de la casaca a la derecha sobre el labio superior, oía a su secretario leer la correspondencia oficial y el sin número de memoriales y cartas particulares que le dirigían. A medida que leía el secretario iba él dictando su resolución a los memoriales, y esta resolución era, por lo general, irrevocable. Dictaba luego, y hasta a tres amanuenses a la vez, los despachos oficiales y las cartas; pues nunca dejaba una sin contestar, por humilde que fuese el que le escribía. Aunque se le interrumpiese mientras dictaba, jamás le oí equivocarse ni turbarse para reanudar la frase. Cuando no conocía al corresponsal o al solicitante, hacía una o dos preguntas. Esto sucedía muy rara vez, porque, dotado de prodigiosa memoria, conocía no sólo a todos los oficiales del ejército, sino a todos los empleados y personas notables del país. 

   Gran conocedor de los hombres y del corazón humano, comprendía a primera vista para qua podía servir cada cual; y en muy rara ocasión se equivocó. 

   Leía mucho, a pesar del poco tiempo que sus ocupaciones le dejaban para la lectura. Escribía muy poco de su puño, sólo a los miembros de su familia o a algún amigo íntimo; pero al firmar lo que dictaba, casi siempre agregaba uno o dos renglones de su letra. 

    Hablaba y escribía frances correctamente e italiano con bastante perfección; de inglés sabía  poco, apenas lo suficientemente para entender lo que leía. Conocía a fondo los clásicos griegos y latinos, que había estudiado y los leía siempre con gusto en la buenas traducciones francesas. 

   Los ataques que la prensa dirigía contra él le impresionaban en sumo grado y la calumnia le irritaba. Hombre público por más de veinte años, su naturaleza sensible no pudo nunca vencer esta susceptibilidad, poco común en hombres colocados en puestos eminentes. Tenía alta opinión de la misión sublime de la prensa, como fiscal de la moral pública y freno de las pasiones. Al buen uso que de este agente civilizador se hace en Inglaterra atribuía él la grandeza y la moralidad del pueblo inglés,"


   (Memorias del General O'Leary, tomo XXVII, Página 486  - 489).  


          "Recordar es vivir"


Por: Víctor Lemus. 

Exconcejal de Cumaná. Primogénita del Continente Americano. 

     Cumaná 24 de julio de 2025.

miércoles, 23 de julio de 2025

Vicente Sucre y Urbaneja

 CRÓNICAS DE CUMANÁ 

CORONEL VICENTE DE SUCRE Y URBANEJA. (PADRE DE ANTONIO JOSÉ DE SUCRE Y ALCALÁ GRAN MARISCAL DE AYACUCHO)    (1761-1824)



  Tal día como hoy nació el 23 de julio de 1761 en Cumaná, Primogénita del Continente Americano Vicente Vitto Luis Ramón de Sucre Pardo y Garcia de Urbaneja. Hijo del coronel cubano Antonio Mauricio Sucre Pardo y Trelles y de la cumanesa Josefa Margarita Garcia de Urbaneja Sánchez de Torres.  Se casó en 1782 con María Manuela Alcalá y Sánchez Ramírez de Arellano (1767-1802) y en 1803 con la también cumanesa Narcisa Márquez de Valenzuela y Alcalá. En su primer matrimonio tuvo tres hijas y seis hijos, incluidos el Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre (1795-1830), en su segundo matrimonio tuvo once hijos: cuatro varones y siete hijas. Alcanzó el grado de Coronel en la Guerra de la Independencia de Venezuela. Fue regidor y alcalde del ayuntamiento de Cumaná y fue comandante del cuerpo de cadetes de Cumaná: como tal, reconoció el movimiento independentista; miembro de la Junta Suprema de Gobierno de Cumaná en 1811 y 1812; en este último año, fue firmante de la capitulación de Cumaná ante los emisarios de Domingo Monteverde; hecho preso por orden de éste fue remitido a las bóvedas de La Guaira, y liberado al entrar el Libertador Simón Bolívar a ese puerto (1813), en 1814, participó en la Emigración a Oriente y se marchó a Trinidad. El 25 de octubre de 1817, el Libertador Simón Bolívar lo nombra gobernador de las fortalezas de Guayana la vieja y comandante militar del departamento del bajo Orinoco, sustituyendo a su hijo el entonces coronel Antonio José de Sucre; ejérció el cargo hasta 1818.

   Murió en Cumaná en 1824.


            "Recordar es vivir"


Por:  Victor Lemus.

Exconcejal de Cumaná. Primogénita del Continente Americano. 

     Cumaná 23 de julio 2025.

sábado, 5 de julio de 2025

Nativos de Cumaná que firmaron el Acta de la Independencia

 CRÓNICAS DE CUMANÁ. 

CUATRO ILUSTRES COTERRÁNEOS NATIVOS DE CUMANÁ PRIMOGÉNITA DEL CONTINENTE AMERICANO QUE FIRMARON EL ACTA DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA Y LA CONSTITUYENTE FEDERAL DE 1811.


    Coronel Francisco Mayz y Márquez, General José Gabriel de Alcalá, Don Juan Crisóstomo Bermúdez de Castro y Rodriguez Parejo, abogado Mariano de la Cova; cumaneses eminentes y patriotas quienes firmaron el 5 de julio de 1811 la Independencia y la Constituyente Federal. 

    La Independencia de Venezuela fue el proceso jurídico-político con el que se puso fin a los lazos que existián entre la Capitanía General de Venezuela y el imperio español, estableciendo el primer Congreso Nacional. Este proceso, que involucró tanto  la declaración formal como la lucha armada, marco el inicio de una nueva república y la Constitución de una nación independiente.

    Hoy celebramos y conmemoramos los 214 años de este evento patriota e histórico de nuestro pueblo orgullosamente venezolano 

    

           "VIVA VENEZUELA"


       "Recordar es vivir"


por: Víctor Lemus.
Exconcejal de Cumaná. Primogénita del Continente Americano.

      Cumaná 24 de julio de 2025.