El 6 de septiembre
de 1815 Simón Bolívar escribe en Kingston, Jamaica, una carta dirigida a un
caballero de esa isla, para responder inquietudes planteadas sobre el
porvenir de los pueblos
hispanoamericanos por el residente jamaiquino. En su obra “El destinatario de
la Carta de Jamaica”, como es conocida en la historia, el acucioso historiador
Mons. Nicolás Eugenio Navarro determinó que el caballero en referencia era de
nombre Henry Cullen.
En su Historia
Constitucional de Venezuela, Gil Fortoul sintetiza el contenido de la Carta de
la siguiente manera:
“La América
española se dividirá en quince o más Repúblicas independientes. La de México
será representativa, con un presidente que podrá hacerse vitalicio (recuérdese
a Porfirio Díaz), “si desempeña sus funciones con acierto y justicia”, o que
traerá, en caso contrario, la monarquía apoyada por el partido militar o
aristocrático (tal sucedió con Iturbide y Maximiliano). Los Estados de
Centro-América formarán una confederación: “sus canales acortarán las distancias
del mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia…” En
Buenos Aires dominará por el pronto el elemento militar, hasta que se implante
la oligarquía o la monocracia, “con más o menos restricciones” (Rosas, y
después oligarquía territorial y plutocrática). Chile, por su situación
geográfica, “por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco”,
por las costumbres de sus habitantes, “no alterarán sus leyes, usos y
prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas”; será
la más estable de las Repúblicas americanas (previsión confirmada por la
experiencia de tres cuartos de siglo). En cambio, el Perú “encierra dos
elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero
lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo; el alma de un siervo
rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos o se
humilla en las cadenas”; y aunque lo propio sucede en otras partes de América,
en el Perú es más violento el conflicto entre la aspiración de los ricos a la
tiranía o a la aristocracia, y la propensión de los esclavos, libertos y
mestizos a la democracia tumultuaria, (Diez años más tarde, siendo Jefe Supremo
del Perú, el propio Bolívar verá que los hechos comprueban su teoría). “La
Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una
República central, cuya capital será Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el
nombre de Las Casas –en honor a este héroe de la filantropía- se funde en los
confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía Honda”. Esa República
se llamará Colombia, y “su gobierno podrá imitar al inglés “con un Senado
hereditario y una Cámara de elección popular, pero “en lugar de un rey habrá un
Poder Ejecutivo electivo, cuando más vitalicio y jamás hereditario si se quiere
República”. (Lo mismo aconsejará en Angostura cuatro años después). Insinúa
finalmente el proyecto de reunir en el Istmo de Panamá (“que podría ser para
los americanos –son sus palabras- lo que el de Corinto para los griegos”) un
Congreso de los nuevos Estados, “para tratar y discutir sobre los altos
intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes
del mundo”, y concluye Gil Fortoul: “Así discurría y soñaba el Libertador, en
una colonia extranjera, sin ejército, sin buques, sin dinero, cuando su patria
gemía de nuevo en el régimen de la conquista, cuando no le acompañaban más que
un puñado de emigrados, y en los días mismos en que andaba a punto de perder la
vida bajo el puñal de un asesino”.
Como la obra tiene
exactos rasgos sobre la evolución histórica de Hispanoamérica, se le ha calificado
como una visión de porvenir y de vaticinio, atribuyéndosele a Bolívar dones de
profeta. Aunque Bolívar fue un gran visionario y soñador, hombre fértil de
ideas, y de pensamiento rico y claro expresado en sus variados escritos:
cartas, mensajes, discursos, proclamas, decretos, proyectos de constituciones,
artículos periodísticos, se revela en esa carta, como en sus muchos escritos,
un conocimiento cabal de la realidad de su tiempo. Demuestra que era un
observador perspicaz, conocedor no sólo de la realidad concreta sino también de
las personas que conformaban su entorno, quienes lo acompañaron con sus
altibajos en la magna empresa de la independencia.
Revela la Carta que
Bolívar no se amilanaba ante las dificultades reinantes; antes bien, sueña y
proyecta, y lucha tenazmente para superar los obstáculos, y crear condiciones
favorables para su acción liberadora. El contexto en el que se escribe la Carta
estaba lleno de incertidumbres y dificultades, que podían llenar de pesimismo a
cualquier iluso. Bolívar estaba en Jamaica en las peores condiciones;
desconocida su condición de jefe y líder, había abandonado Nueva Granada en
medio de fuertes disensiones entre los independentistas, que facilitaron la
acción de Morillo en Nueva Granada y el calamitoso sitio de Cartagena, de
funesta suerte para los patriotas.
Para no ser
instrumento de estas controversias y discusiones, Bolívar prefiere cambiar de
escenario y buscar auxilios en otros lugares. Jamaica fue el centro escogido,
para reflexionar sobre la situación, visualizar lo que había que hacer y buscar
ayuda y recursos para continuar la lucha.
De Jamaica pasa a
Haití, y con nuevos apoyos y recursos comienzan sus expediciones navales. Había
que recomenzar la lucha. Todavía sería largo el camino por recorrer, y serían
muchos los obstáculos a superar para llegar a convertirse en la cabeza
principal de la revolución.
por: Gilberto J. López
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